69. Enseñanza superior: las universidades

69. Enseñanza superior: las universidades

¿A dónde llegó aquella enseñanza elemental que la Iglesia se echó encima para formar a los pueblos bárbaros? Las Universidades nos parecen increíbles en aquellos tiempos. ¡Y fueron creación de la Iglesia!

 

Hay que recordar los centros de enseñanza medieval, que eran: los monasterios, las escuelas catedralicias y las palaciegas de los reyes. La ciencia no se detenía, y, pasado el calamitoso siglo X y las revueltas del XI, la pasión ciudadana se volcaba al estudio de las artes liberales y reales: gramática, retórica, dialéctica, aritmética, astronomía, música, geometría, y, no digamos, la teología y el derecho, así como la medicina que, con los árabes y los judíos, tomó un auge muy notable.

Ya a finales del XI vemos que el obispo de Rouen mandaba en el 1074 que los maestros se sometan a un examen para obtener la licencia de enseñar; y a finales del XII, en el año 1179 el obispo de Gante en Bélgica prohibía fundar más escuelas en la diócesis y nadie podía dar “licencia” para enseñar sino los canónigos de su catedral. Así nacían los “títulos” de enseñanza, ante lo mucho que habían avanzado las ciencias y aumentado los maestros.

 

En la sociedad se había dado el fenómeno de los aficionados a las letras, perfectos humanistas que dominaban el latín cuando ya empezaban las lenguas romances, y se dedicaban, incluso “clérigos vagabundos”, a cantar por doquier la naturaleza, el amor, el vino, la buena vida…, suscitando el afán por la literatura. Además, el contacto con los árabes y los judíos a través de España, acrecentó el saber de las escuelas. Ya no se trataba de la ciencia eclesiástica solamente ─Biblia, Culto, Santos Padres, Derecho─ sino que se echaba encima la medicina con el filósofo persa Avicena, la filosofía griega con Averroes, nacido en Córdoba en el 1126 y considerado como el mayor filósofo árabe de la Edad Media.

Conquistada Toledo, la ciudad imperial española se convertía en la impulsora de las nuevas ciencias traídas de Oriente por árabes y judíos, pues se dedicaba, como su gran industria, a traducir los libros antes desconocidos de “matemáticas, astronomía, medicina, alquimia, física, historia natural, metafísica, psicología, lógica, moral, política”.

Los árabes de Bagdad en el siglo VIII habían traducido los libros griegos al árabe y eran grandes conocedores de la sabiduría griega. Así harán llegar a Occidente, por los árabes de España, a Aristóteles, Euclides, Arquímedes, Ptolomeo, Hipócrates y demás. Los españoles mozárabes, por su “Colegio de traductores toledanos”, se encargarán de trasvasar la ciencia árabe a las demás naciones europeas. Conocían el árabe y traducían todo al latín.

Dice Renán, nada sospechoso de favorecer a la Iglesia, y menos la española: “La introducción de los textos árabes en los estudios occidentales, divide la historia científica y filosófica de la Edad Media en dos épocas enteramente distintas. El honor de esa tentativa, que había de tener tan decisivo influjo en la suerte de Europa, corresponde a Raimundo, arzobispo de Toledo y gran canciller de Castilla desde 1130 a 1150”.

 

El nacimiento de las Universidades ha apasionado siempre a los historiadores. ¿Aparecieron sin más? ¿Fue por una evolución natural de los estudios, en especial de las escuelas de las catedrales? ¿Intervino un decreto expreso de los Papas? ¿Se debieron a los reyes?… Se dan muchas explicaciones. Había escuelas que contaban con maestros célebres, y, unidos, llamaban “Estudio General” a su centro de enseñanza. Algunas escuelas catedralicias, se convirtieron en emporios de las ciencias.

Esas escuelas más importantes atraían a estudiantes de todas partes. “Bachiller” se llamaba el alumno admitido a las clases, aunque después fue el título primero. La “licencia”, como la misma palabra indica, autorizaba a enseñar. “Maestro” era el grado último. Al otorgar estos títulos, la escuela adquiría una importancia muy grande. Llegó el momento en que el Papa autorizaba plenamente con una bula dichos títulos a una escuela, a petición de la misma escuela, títulos que se convertían en válidos para toda la Iglesia, o, si los daba el rey, para toda la nación al menos.

El centro docente se llamaba “Estudio General”. El nombre de “Universidad” no vino tan de repente, y al principio significaba la “corporación” de “todos” los Maestros de un centro, como en 1221 decían aquéllos: “Nosotros, la Universidad ─o corporación─ de los maestros y alumnos de París”. Mucho más tarde pasó a tener nuestro actual significado porque el Estudio era para “todos”, de cualquier parte que viniesen, o porque abarcaba “todas” las ramas del saber.

Aquella sociedad feudalista y guerrera, campesina y rebelde, se había transformado por influjo de la Iglesia en sociedad ciudadana ─sobre todo por los obispados, catedrales y su escuela─, con gran empuje comercial y ansiosa de saber. Y este afán de ciencia hizo nacer en la Iglesia y por la Iglesia la institución de los Estudios Generales o Universidades.

 

¿Y cuáles fueron las Universidades más antiguas y más célebres de aquellos tempos? Cada nación de Europa ─Francia, Italia, Alemania, Inglaterra, España, Bélgica, Portugal─, se gloría de las suyas, y todas ellas con sobrada razón.

En Francia está ante todo la de Notre Dame de París, importantísima como ninguna, la cual contó con los más grandes maestros como Abelardo y Pedro Lombardo, colmada con todos los privilegios de Papas y reyes. Se dice que era la tercera potencia de la cristiandad, después del Pontificado y del Sacro Imperio Romano. El papa Gregorio IX la llama “Río cuyas aguas riegan y fertilizan el paraíso de la Iglesia universal”. Alejandro IV la tiene como “el árbol de la ciencia del paraíso, el candelabro de la casa de Dios, la fuente de la vida”. Y para los reyes de Francia es, por supuesto, “nuestra hija predilecta”.

En Italia brillan dos Universidades esplendorosas. Bolonia, ante todo. Contemporánea a la de París y quizá algo anterior. Nadie le ganaba en el estudio del Derecho, en el Romano enseñado por Irnerio, y en el Canónico de la Iglesia por Graciano. Para estudiar Derecho, a Bolonia acudían alumnos de todas las naciones. Fue la primera Universidad que no estaba constituida en su régimen por solo los Maestros, sino también por los alumnos, en un plan de auténtica democracia. Salerno fue la otra Universidad italiana que gozaba de prestigio grande en toda Europa, sobre todo por su famosísima escuela de Medicina

 

Podríamos seguir con las otras Universidades europeas, tan célebres como la inglesa de Oxford, pero nos fijamos particularmente en la española de Salamanca por lo que significará después en nuestra cultura hispanoamericana. Le precedió la de Palencia, pero vino ésta a desaparecer al unirse en un solo reino León y Castilla bajo el rey San Fernando. Su padre Alfonso IX de León “llamó maestros muy sabios en las sanctas Scripturas y estableció que se fiziesen escuelas en Salamanca”. (Para delicia nuestra, dejaremos las citas en la lengua original cuando el castellano empezaba sus balbuceos).

San Fernando ordenaba en 1243: “Porque entiendo que es pro de myo regno e de mi tierra, otorgo e mando que aya escuelas en Salamanca, e mando que todos aquellos que hy quisieren venir a leer, que vengan seguramente, e io recibo en mi comienda o en myo defendimiento a los maestros e a los escolares que hy vinieren e a sos omes e a sus cosas quantas que hi troxieren, e quiero e mando que aquellas costumbres e aquellos fueros que ovieron los escolares en Salamanca en tiempo de myo padre, quando estableció hy las escuelas, tan bien en casas como en las otras cosas, que esas costumbres e esos fueros hayan”.

A esta voluntad del rey, se adhirió después el papa Alejandro IV con el Estudio General de Salamanca, “ciudad ubérrima, según dicen, y con gran salubridad de aires”. Por lo visto, era fama eso de clima tan apto para los estudiantes, porque el rey Alfonso X el Sabio, hijo de San Fernando, escribía también:

“De buen aire, e de hermosas salidas, debe ser la villa, do quisieren establecer el Estudio, porque los Maestros que muestran los saberes, e los escolares que los aprenden, vivan sanos en él, e puedan folgar e recibir placer en la tarde, cuando se levantaren cansados del estudio. Otrosí debe ser abondada de pan, e de vino, e de buenas posadas”.

Bien dotada por el rey Alfonso X, Salamanca se desenvolvió pujante, y sabemos la gloria que tendría en los siglos por venir.

 

Nos queda decir una palabra nada más sobre los Colegios, que nacieron en París para las Universidades, las cuales no tenían edificio expreso para las clases y actos académicos. Así, en París se tenían las reuniones generales en la Iglesia de los Trinitarios; las disputas y exámenes públicos, en la sala del Obispado o en la del famoso Colegio de la Sorbona, llamado así por su fundador Sorbón.

Los Colegios pulularon en torno a las Universidades para albergar a los estudiantes venidos de fuera. Se estudiaba en el Colegio. Junto con la Sorbona, estaba en París el de Saint Jaques, de los Dominicos, donde enseñaron San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino; el de los Franciscanos, donde fueron maestros San Buenaventura y el Beato Duns Scout.

Los Colegios venían a ser como conventos o monasterios, donde todos, maestros y alumnos, vestían de talar y obedecían a un reglamento riguroso. Faltaban todavía tres siglos, pero por el 1530 harán inmortal al Colegio de Santa Bárbara tres estudiantes que convivirán en la misma habitación, Pedro Favre, Francisco Javier y el recién llegado Iñigo de Loyola, el cual conquistará para su soñada Compañía de Jesús a los dos primeros…

 

¡Las Universidades! Una gloria sin par de la Iglesia medieval, que empezó por educar a los pueblos invasores del Norte con los rudimentos de la enseñanza en los monasterios benedictinos; los amplió después con las escuelas de todas las catedrales y acabaron por la creación de las Universidades, refrendadas por los Papas y los reyes cristianos, y que hoy son una institución insustituible, patrimonio de toda la Humanidad.