67. Los gremios y cofradías

67. Los gremios y cofradías

Al decir “Gremios” pensamos sin más en una institución civil; y si decimos “Cofradías”, la mente se nos va a las iglesias. Pues, bien; en la Edad Media los gremios fueron tan religiosos como civiles. Es como si hoy se dieran “sindicatos eclesiásticos”. El pueblo trabajador obrero vivía los gremios y las cofradías como dos entidades íntimamente ligadas, y muchas veces como una sola institución.

 

Los gremios de la baja Edad Media, sobre todo ya en el siglo XIII, formaban una institución social envidiable. Sin existir nuestros Sindicatos ni el Seguro Social moderno, el trabajador encontraba en el gremio una formación laboral y una seguridad de vida nunca antes conocidas y ejemplo para todos los tiempos.

Podemos recordar lo que era la sociedad feudal. Aunque los trabajadores no eran esclavos, sino libres, vivían de su trabajo a favor del señor. Pobres, por fuerza. Pero la sociedad feudal se fue desintegrando; crecieron las ciudades; se formaban los municipios; los monasterios dejaron de ser el centro laboral de la comarca; la gente ya no era toda analfabeta, pues muchos aprendían letras; se abrió el comercio; crecieron las construcciones; florecía la industria…, por todo lo cual empezaron los trabajos a ser muy diferentes de los del campo. Se creaba entonces, como algo natural, la clase media y la pequeña burguesía. El trabajador se convertía en alguien importante.

Y vino el agruparse los trabajadores y los industriales en asociaciones o corporaciones que mantenían alta y de calidad la producción, a la vez que ellos se aseguraban trabajo, medios de vida y asistencia social. Así es como nacieron los gremios de cada industria u oficio: carpinteros, herreros, alfareros, sastres, zapateros, albañiles, panaderos, plateros, cerrajeros, agricultores, carniceros… No era nada extraño que incluso vivieran en sectores uniformes de una ciudad, y es curioso cómo hasta hoy quedan en muchas ciudades nombres propios de calles o barrios, Herrerías, la Alfarería, los Curtidores…

 

La Iglesia no fue ajena a esas corporaciones que fomentaban el trabajo y la hermandad, sino que fue su mayor sostenedora, ya que ellas mismas se ponían bajo la protección de un Santo, formando una Cofradía religiosa, celebraban sus festividades en el templo, y todas ellas practicaban, con verdadera organización, la asistencia a los pobres y enfermos. De esta manera, gremio y cofradía venían a ser lo mismo. El gremio significaba la parte técnica del trabajador; la cofradía, su fe, su religión, su mirada a la vida eterna. Es curioso, por ejemplo, el himno latino que conservamos y cantamos en gregoriano, y que comienza: “Media vita”…, “a mitad de la vida nos encontramos en medio de la muerte”. Lo compusieron para los constructores de un puente en medio del caudaloso río. Trabajaban con mucho peligro para la tierra, pero con la mirada clavada en el Cielo. Era el suyo un trabajo totalmente sobrenaturalizado.

Por eso, cada gremio tenía su patrono: los carpinteros, desde luego, a San José; los herreros y orfebres, a San Eloy, porque Eloy dejó su oficio de joyero cuando sintió la llamada del Señor: “¡A trabajar con otra plata y a buscar otras joyas!”, para entregarse como sacerdote y misionero a la evangelización de Bélgica en el siglo VII; los médicos, a los hermanaos San Cosme y San Damián, médicos mártires en las persecuciones romanas; los perfumistas, a Santa María Magdalena, porque la tuvieron como la mujer del Evangelio que ungió los pies de Jesús en aquellos banquetes…

Cada gremio celebraba su fiesta patronal con solemnidad grande, llevando el estandarte con la efigie del Patrón en procesión devota. En el altar de la iglesia dedicado al mismo Patrón se celebraban siempre Misas por los cofrades, particularmente por los enfermos.

Especial cuidado se tenía de los miembros del gremio que enfermaban. Sin el Seguro Social moderno, la corporación o cofradía tenía que cuidar del enfermo y ayudar a la mujer e hijos, especialmente si llegaba a morir, ya que las exequias del difunto corrían a cargo del mismo gremio. Además ─y esta costumbre continuó cuando, desaparecidos los gremios, sólo quedaron cofradías religiosas─, la corporación atesoraba fuertes sumas para atender a los pobres, asilos, hospitales y demás obras de beneficencia.

Viviendo su fe de esta manera los gremios, ya se ve que la Iglesia estaba metida de lleno en los mismos y los favorecía como cosa propia. Los gremios eran la realidad viviente de la más pura caridad cristiana, manifestada no sólo de palabra sino con obras sobre todo.

 

Este vivir en corporación los trabajadores, obreros y dueños juntos, es una nota destacadísima de la Edad Media, sobre todo desde que los hombres dejaron de ser los trabajadores de los monasterios. Ya no eran los monjes quienes dirigían, sino los mismos laicos que, dejada la infancia laboral, habían llegado a su mayoría de edad y tenían conciencia de su valer. Su barbarie se convertía en una civilización moral superior.

La corporación gremial tenía como fines primarios: enseñar los oficios de manera eficaz y constante; sostener la limpieza en la oferta y la demanda, ofreciendo lo mejor y evitando el fraude, la especulación y todo lo que significase inmoralidad en el negocio; pedir y exigir a las autoridades la mejora y defensa del gremio; crear montepíos y cajas de socorro para ayudar a sus miembros cuando se presentaba la necesidad. Con su autoridad moral pedían y exigían a los municipios todo lo necesario para defender y mejorar los intereses del gremio.

La pertenencia al gremio requería haber realizado todas las actividades necesarias para adquirir la competencia en el oficio propio, como si se tratara de asignaturas enseñadas en la Universidad y que exigirían al final el certificado correspondiente a los tres grados o etapas de la enseñanza: aprendiz, oficial, maestro.

 

Aprendiz era el primer paso que se daba y tenía suma importancia. No podía entrar cualquiera en el gremio, sino sólo el que tenía disposición, demostraba competencia y estaba dotado de buena conducta. El número de los candidatos que podía admitir cada maestro era limitado, y estaba determinado por las mismas Ordenanzas. Iba precedido por un contrato entre el muchacho, su padre o protector, y el maestro o patrono que lo admitía. La enseñanza del oficio era gratuita, aunque, por lo visto, se introdujo la cooperación económica, según lo que dice el rey Alfonso X el Sabio en sus Partidas: “Reciben los maestros salarios de sus escolares, por mostrarles las sciencias, e así los menestrales de sus aprendices para mostrarles sus menesteres”. Nada extraña la gratuidad de la enseñanza, o la módica paga por la misma, ya que el aprendiz lo hacía en el mismo taller del maestro, comía y dormía en la casa del mismo, que hacía con el  muchacho las veces de padre y educador. El aprendizaje solía durar, según la condición del trabajo y la capacidad del sujeto, entre dos y seis años, y venía a ser una verdadera escuela con auténtica graduación.

 

Oficial era el aprendiz que superaba satisfactoriamente el examen, y recibía el certificado del maestro que lo acreditaba, como lo expresa la misma palabra, para ejercer el oficio propio del gremio. Esta “oficialía” resultaba muy curiosa. El así graduado no se independizaba del maestro, sino que seguía bajo sus órdenes. Muchas veces residía en la misma casa, donde comía y dormía, aunque recibía un modesto salario. Si salía a trabajar fuera, a otra ciudad, mostraba su certificado y era recibido fraternalmente en cualquier parte del gremio. Esta oficialía duraba normalmente la mitad del tiempo que había durado el aprendizaje. El sujeto debía mostrar su capacidad y su buena conducta so pena de perderlo todo.

 

Maestro, finalmente, era quien demostraba su capacidad en el oficio mediante un examen, presentaba una “obra maestra” realizada por él, y pagaba a la Administración del gremio la cantidad estipulada. A partir de entonces, el maestro instalaba su taller propio, aceptaba algún oficial y recibía aprendices a los que debía formar en el oficio y educar cristianamente.

 

Inspectores, elegidos entre los maestros, eran los que vigilaban los talleres y las tiendas, y lo hacían celosamente por el buen nombre del mismo gremio. La producción, por lo mismo, era cuidadosamente vigilada. Como el gremio se encargaba del suministro de los materiales a los talleres, es natural que la vigilancia tenía que ser exigente. Miraban mucho de que nadie fabricase productos pertenecientes a otro gremio, ya que cada cual tenía la exclusiva de lo suyo en la ciudad. Al formarse los gremios, es natural que tendieran a multiplicarse los talleres, y por eso era también incumbencia de los inspectores el vigilar la creación de otros nuevos cuando la demanda estaba satisfecha. La función del Inspector era delicada, pues debía informar sobre la conducta de los miembros, que tenían prohibidos los juegos de azar, la embriaguez y cualquier manifestación de inmoralidad.

 

Todo lo dicho anteriormente no es invención moderna para justificar y exaltar una institución tan benemérita de la sociedad y de la Iglesia en la Edad Media. Todo se conserva documentalmente en libros como las “Partidas” de Alfonso X el Sabio y en especial el libro famoso de Esteban Boileau “Livre de metiérs”, escrito por orden de San Luis Rey de Francia. Cada nación europea conserva los recuerdos de sus gremios que la honraron con semejante sistema social, nunca superado después, y religioso al mismo tiempo.

 

Las condiciones laborales que se crearon al debilitarse el sistema federal desembocaron, como vemos, en un despertar los obreros, a la vez que los dueños de las industrias, a sistemas de trabajo de verdad admirables, bajo la mirada atenta de la Iglesia, que con su apoyo supo convertirlos en cristianos totalmente. Nunca el obrero se vio tan dignificado y protegido como en aquellos tiempos de los gremios medievales.