65. Pureza e impureza legal

65. Pureza e impureza legal

Cualquiera que sabe leer los Evangelios se da cuenta a la primera de que, a partir del discurso sobre el Pan de Vida en la sinagoga de Cafarnaún, la popularidad de Jesús en Galilea cayó en picado. A nadie le interesaba aquel iluso que iba a dar de comer su carne y a ofrecer su sangre como bebida.

Pero Jesús no dejó de momento Galilea. Aunque fracasado, siguió por allí algunas semanas. Porque, cuenta Marcos, las gentes más sencillas “lo reconocieron y de toda aquella región comenzaron a traer en camillas a todos los que estaban mal. Si entraba en las aldeas, en las ciudades, o en los campos, colocaban en la plaza a los enfermos y le suplicaban tocar siquiera la orla de su manto, y todos los que le tocaban sanaban”.

El no haber subido a la Pascua llamó la atención de las autoridades de Jerusalén, que mandaron espías a Galilea. Y pronto encontraron causa grave para acusarlo:

-¿Cómo es que tus discípulos no se lavan las manos conforme a la costumbre de los ancianos?

Marcos, que escribió su evangelio en Roma y para los romanos, donde no sabían las costumbres judías, anota con agudeza: “Pues los fariseos y todos los judíos no comen sin lavarse cuidadosamente las manos, aferrados a la tradición de sus mayores, y, cuando vienen de la plaza, no comen sin purificarse y tienen otras muchas cosas, que observan por tradición, el lavado de los vasos, de las ollas y jarras de cobre”.

 

Aquí les esperaba Jesús, y quiso acabar de una vez con aquella ridiculez y hasta grave pecado. Vino a decirles, traducido a nuestro lenguaje de ahora:

-¿Qué es más, la Ley de Dios o las costumbres inventadas por los ancianos? Porque la Ley de Dios dada por Moisés dice: “Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldiga al padre o a la madre, sea condenado a muerte”. Mientras que ustedes dicen al padre o a la madre, aunque se estén muriendo de hambre: Todo lo que necesitan lo he ofrecido al Templo como “corban”, como donativo, y no te lo puedo dar, es ya cosa sagrada. Aunque lo puedo utilizar yo mientras no lo entregue al Templo…

Jesús les hace ver su error y pecado:

-Entonces, ustedes anulan la Ley de Dios por la costumbre de los mayores.

 

Hemos puesto en lenguaje nuestro el pensamiento y palabras de Jesús. Los fariseos se recomían de rabia, pero no sabían contestar. Y Jesús siguió implacable con una parábola o comparación que hizo estremecer a todos, porque escandalizó a todos, como se lo dijeron los discípulos al mismo Jesús, pero Jesús no se tiró para atrás. Mateo y Marcos la traen sin tapujos en sus respectivos evangelios, para probar que lo malo del hombre, lo que le condena, no es lo que come o no come, o lo coma como quiera, sino lo que lleva dentro del corazón y saca por la boca o ejecuta con sus manos. Es decir: lo que hace impuro al hombre son las malas obras que realiza con voluntad libre.

 

Hay que citar las mismas palabras de Jesús, a pesar del escándalo causado a los fariseos. Convoca Jesús delante de sí a la turba:

-Óiganme todos y entiendan: No hay nada fuera del hombre que, entrando en él, pueda mancharle, sino que lo que sale del hombre, eso es lo que mancha. ¿No comprenden que todo lo de afuera no le puede marchar, ya que no entra en su corazón, sino en el vientre, y después va al estercolero? Y añadió: Porque del corazón de los hombres salen los malos pensamientos, fornicaciones, hurtos, homicidios, adulterios, actos de avaricia, iniquidades, engaños, lascivias, envidia, blasfemia, soberbia, inmoralidad. Todos estos males salen de adentro y manchan al hombre.

 

No hay en todo el Evangelio párrafo tan duro como éste. Pero Jesús dio a la humanidad la lección más soberana sobre la moralidad para todos los tiempos.

Además, y por lo visto, la catequesis apostólica del principio de la Iglesia tenía muy presente un párrafo tan fuerte como éste de Jesús, pues Pablo, hablando a los Gálatas, engañados por los judaizantes apegados a la Ley de Moisés, les señala las mismas obras de la carne no santificada por la fe, y les escribe este otro párrafo que pareciera copiado del pronunciado por el Señor:

-Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y les prevengo, como ya les previne, que quienes hacen estas cosas, no heredarán el reino de Dios.

Y al revés, cuando Pablo mira al cristiano de corazón limpio, en el que mora el Espíritu Santo, le dice:

-Tus frutos son “el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad, la lealtad, la modestia, el dominio de sí”. Contra ti no hay ley ni castigo que valga.

 

¿Dónde estaba el gran pecado de los fariseos? En las apariencias externas, que por de fuera señalaban unos santos y por dentro eran “sepulcros blanqueados, llenos de huesos de muertos y de podredumbre”. Jesús nos hace mirar a todos al corazón, es decir, hay que mirar la intención con que se hacen las cosas, pues todo nace de lo que pensamos y queremos y nos determinamos a hacer. En el Sermón de la Montaña había dicho Jesús: “¡Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!”. Ahora habla a los de corazón sucio, por si lo quieren entender y saber la que les espera…

 

Hay mil detalles en el Evangelio en los que vemos enfrentados a Jesús con las autoridades del pueblo que solían ser fariseos y saduceos, y contra éstos iba Jesús, no contra tantos fariseos fieles a Dios, que también los había, y muchos. Pero, dejándonos de otros casos menos llamativos, hemos querido fijarnos sólo en este que vale por todos.