MEDITACIÓN DEL DÍA:
Religiosas en sus casas o las hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María. Barcelona 1850, p. 97. Ed. crítica, en Madrid 1990; p. 146
A veces se habla de vocaciones de “especial consagración”, como si las reservara Dios para hombres y mujeres “especiales”: sacerdotes, religiosos o religiosas, vida consagrada en general… Hace tiempo, desde el Vaticano II, se busca otro tipo de expresiones, que eliminen cualquier connotación de superioridad de estas vocaciones sobre la vocación laical, matrimonial, etc, aunque no resulta fácil dar con una terminología adecuada para expresar por igual lo común y lo diferente. En todo caso, el pensamiento de hoy nos da una buena pista para no confundir el discernimiento.
Por un lado, ni las monjas ni los curas son personas “de otra pasta”. Son del mismo barro que el resto de sus hermanos creyentes, con sus grandezas y sus miserias. Dios da la gracia para vivir lo que Él mismo pide, pero no modifica nuestra naturaleza, nuestros dones o carencias. Ni la profesión ni la ordenación hacen a nadie de una raza superior, como tampoco el bautismo nos diferencia éticamente de los demás humanos.
Pero sigue quedando lo que estamos llamados a poner cada uno de nuestra parte y ayudados por la gracia. La bondad de una vocación viene de la fidelidad de la persona a la voluntad de Dios y la acogida de su gracia. No se es bueno automáticamente, por arte de “magia”, o por vestir un hábito.
Pero, por otro lado, tampoco es admisible el tópico malicioso, y falso, de que los que “no valen” para otro tipo de vida serán buenos curas o monjas.
Se podría continuar la frase: si no hubieras tenido capacidad de ser buena esposa, buena madre, buen padre, buen amigo… imposible que sirvas a la otra vocación a la que has sido llamado.
Y tú, ¿cómo vives la fidelidad a tu vocación? ¿Tiendes a dar el callo sólo en situaciones extraordinarias? ¿Cómo vives lo ordinario de cada día?