MEDITACIÓN DEL DÍA:
Carta Ascética… al presidente de uno de los coros de la Academia de San Miguel. Barcelona 1862, p. 31s
Sería necesario mantener, hasta sus consecuencias prácticas, la crudeza y el realismo de las palabras de Jesús, cuando invita a comer su Carne y a beber su Sangre para tener vida eterna (cf. Jn 6,26ss). Es posible que en nuestros días, como entonces, ese lenguaje siga siendo difícil de aceptar. Pero es necesario insistir en la dimensión fraterna de la Eucaristía, sacramento de la unidad de todos en Cristo, en quien encontramos la serenidad, la dulzura y la paz que proporciona el hecho de que vivan unidos los hermanos (cf. Salmo 133,1).
El que no sea capaz de aceptar al hermano tal como es no debería acercarse a comulgar. El que no viva la fraternidad en la paciencia y bondad, en la disculpa de la ofensa recibida, en la esperanza de cambio de conducta del hermano caído; el que no acoja al inmigrante como hermano y no crea en la necesaria de unir Norte y Sur, comprometiéndose en la destrucción del abismo que separa opulencia y miseria; el que opta por mantener la separación, quizá con solapados mecanismos de guantes tersos, no debiera comulgar. Si lo hace, eso ya no será comer la Cena del Señor, ni entrar en comunión con su Cuerpo, presente en toda persona, “pues, si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo” (1Cor 10,17).
El amor y la fraternidad vividos y expresados en la comunión con Cristo y con los hermanos, sin barrera alguna, es la más fecunda palabra de evangelización.
No comulgar con los hermanos y acercarse a comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo sería la más aberrante de las profanaciones. Se impone, pues, un examen previo de amor y fraternidad efectivos antes de comer el Pan y beber el Cáliz del Señor (cf. 1Cor 11,20ss). ¿Me puedo quedar tranquilo en mi examen sobre el amor, previo a mi comunión? ¿Qué calificación daría a mis comuniones en clave de fraternidad universal?