MEDITACIÓN DEL DÍA:
Avisos a un sacerdote que acaba de hacer los ejercicios de San Ignacio. Vich 1844, p. 19
“Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). Tener claridad en lo que pretendemos facilita establecer un horizonte hacia dónde dirigir nuestra vida. Siendo así, se hace necesario planear el camino que vamos a recorrer para alcanzar lo que nos proponemos.
Caer en el sin sentido de la vida nos conduce al entierro y a la pérdida de los talentos y dones con que Dios, por pura gratuidad, nos ha enriquecido. Establecer unas metas definidas para la vida nos compromete a trazar y recorrer un sendero. Asumir los compromisos de la llamada de Dios implica exigencias y disciplina desde la fidelidad.
El P. Claret, cuando daba ejercicios a sacerdotes, no los despedía hasta que cada uno hubiese elaborado un elemental plan de vida; a veces consistía simplemente en fijarse un horario; pero más frecuentemente tenía las características de un “examen particular”. Éste revestía un carácter simultáneamente negativo y positivo: se comenzaba por tomar conciencia del defecto “pasión dominante” –según se decía entonces-, para, desde ahí, fijarse algunos medios y algunas metas en su superación. Implicaba emplear un tiempecito diario de atención al problema (“examen particular”), y de renovación del deseo.
Personalmente Claret llevó durante muchos años su “examen particular” sobre la humildad; luego, un par de años, sobre la mansedumbre. En los cuatro últimos años de su vida se centró en el “amor de Dios”.
No se trata de prometeísmo o autosuficiencia. Se cuenta siempre con la gracia; es en realidad un acto de obediencia a la gracia que nos sale al paso, y conscientes siempre de que “todas nuestras empresas nos las realizas Tú” (Is 26,12).
¿He elaborado y puesto en práctica un proyecto personal de vida? ¿Mi servicio apostólico es planificado? ¿Tengo claro lo que busco?