MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 204
Leí una vez esta frase: “Es relativamente fácil que un padre perdone a su hijo. Pero es muy difícil que un hijo llegue a perdonar a su propio padre”. Existe derramado por el ambiente un sentido rechazo de la figura paterna Los tiempos actuales transmiten, a manera de aire que todos respiramos, un dogma social, no escrito pero persistente y seductor, en la mente de muchos: El padre estorba y causa daños, luego hay que aniquilarlo. Son muchos los que no perdonan las experiencias decepcionantes respecto a la paternidad humana. La “muerte del padre”, a varios niveles –sociales, académicos, económicos, etc.- es mensaje registrado en el interior de muchos. Dios está ahí incluido. Hoy no es obvio, ni quizá lo fue en el pasado, aceptar sin problemas la figura paterna.
Contrastan con esa reacción las palabras ardientes del P. Claret con las que declara su relación con su Padre Dios. Nacen innegablemente de un presupuesto distinto: Claret descubrió a Dios como padre bueno que le cuidó siempre. Tuvo la experiencia de la gratuidad. Por eso, le corresponde con la misma moneda, con amor apasionado de hijo. Y es un amor de tal grado que está dispuesto a jugarse la vida por Él en el caso de que tuviera que defenderlo.
¿A qué nos llaman estas palabras de Claret? A poner a Dios en primer lugar, sin duda. Pero, antes de ello, a purificar la imagen deformada de Él que tal vez hayamos compuesto en nuestro interior. Si confundimos a Dios con un jefe autoritario, exigente, castigador y controlador; o con un Dios ausente y desconocido, al que ni se intuye, ni se ama, y por supuesto ni se defiende… está claro que ese no es el Dios que descubrió el P. Claret y al que entregó su vida. Si Dios no es lo más importante, no es absolutamente nada importante. Quienes desprecian a Dios es que no le conocen.
¿Qué relación mantienes tú con tu padre o con quien hace sus veces? ¿Y con Dios? ¿Te dice algo la experiencia claretiana?