35. El primer leproso

35. El primer leproso

Para colmo de dichas, otro milagro muy llamativo, mientras Jesús se dirige ya hacia Jerusalén: la curación del primer leproso, el cual, si se atenía a la Ley, había de vivir alejado de la ciudad, en paraje solitario. Le gente, además, huía de él. Pero ve pasar a Jesús, se le acerca y le pide con acento desgarrador:

-¡Señor, si quieres, puedes limpiarme!

 

Humanamente hablando, este leproso, y después vendrán otros igual, ponía a Jesús en un apuro grave ante los fariseos y puritanos de la Ley. Según la Biblia en el Levítico 13 y 14, la lepra era un mal tan abominable que el enfermo era un apestado intolerable en sociedad y no podía vivir sino solo; tenía que gritar “¡Impuro, impuro!” para que nadie se le acercara y el que lo tocase quedaba impuro y excluido del culto. Sobre todo, semejante enfermo era considerado moralmente como un gran pecador al tener la peor de las enfermedades.

 

En aquel entonces, la lepra auténtica era incurable. Ocurría, sin embargo, que entre los judíos cualquier enfermedad de la piel era considerada lepra, y, si curaba de ella, debía presentarse al sacerdote que acreditaba la curación de la “lepra” con documento y el agraciado podía reintegrarse a la sociedad.

Valga esta explicación de una vez por todas que salga la curación de leprosos.

 

En este caso Jesús, conmovido y con un gesto audaz, porque no podía tocarlo, le pone la mano encima y le dice resuelto:

-Quiero, queda limpio.

Vino la curación instantánea, y el aviso serio de Jesús:

-¡No digas a nadie nada!

Era la recomendación más inútil, porque el recién curado “comenzó a proclamarlo muy alto y a divulgar el suceso, de manera que Jesús no podía entrar públicamente en una ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares apartados y venían a él de todas partes”.

 

Ese silencio que imponía Jesús a los que curaba no era ningún capricho. Quería evitar a todo trance que la gente pensara en el Mesías político y revolucionario que iba a levantar al pueblo contra los romanos, y, ¡claro!, esos milagros eran para Jesús comprometedores.

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