Todos esos que sueñan en el final del mundo, como si ya estuviera cerca, o gozan con profecías aterradoras, a lo mejor se ponen muy contentos con el Evangelio de hoy.
Pero nos equivocaríamos todos si pensáramos de la manera que esos soñadores nos quieren enseñar.
Es cierto que Jesús mira hacia el final del mundo, pero se entretiene más bien en dar consejos a su Iglesia para que esté prevenida siempre, que no se espante por las persecuciones, y que siga adelante hasta el fin.
Empieza todo por una pregunta curiosa de los apóstoles, que desde el monte de los Olivos están contemplando la ciudad:
– ¿Cuándo ocurrirá todo eso que anuncias?
Jesús señala Jerusalén, y les responde:
– ¿Ven todas esas maravillosas construcciones? Pues, les aseguro que no quedará piedra sobre piedra sin que todo sea destruido.
Los apóstoles, como todo judío, estaban orgullosos de la Capital. Herodes el Grande la había dejado espléndida. Sobre todo el Templo era una maravilla envidiada de todas las demás naciones circunvecinas. ¿Y todo eso iba a desaparecer?…
Pero Jesús se mantiene firme en su profecía, y toma la destrucción de Jerusalén en la próxima guerra con los romanos como un signo de lo que un día le pasará al mundo entero, del cual dice ya desde ahora:
– Se levantará pueblo contra pueblo y nación contra nación. Habrá terremotos, escasez de todo y pestes devastadoras. Se producirán hechos terribles y habrá grandes señales en el cielo.
Los apóstoles se estremecen ante estas palabras de Jesús, porque las toman como si se tratara de algo inminente.
Pero el Señor les tranquiliza, aunque les profetiza a ellos otras cosas muy personales:
– Antes de que ocurran todas esas cosas les echarán mano a ustedes, los perseguirán, los llevarán a los tribunales, los meterán en la cárcel y los arrastrarán ante los reyes y gobernantes por causa de mi nombre.
¿Se ponen a temblar los apóstoles? No, porque Jesús les anima:
– Pero, no tengan miedo. Esto les va a dar ocasión de dar testimonio de mí. No se preocupen ni tan siquiera por su defensa, pues yo les infundiré una sabiduría a la que nadie podrá resistir. Se¬rán odiados de todos por causa mía. Pero no tengan miedo, que no se perderá ni un cabello de su cabeza. Con su perseverancia, salvarán sus almas.
¡Vamos! ¿Hay que tener miedo? Estas palabras de Jesús son capaces de entusiasmar hasta al hombre y la mujer más apáticos.
No hay cristiano que no se sienta enardecido con semejantes palabras del Señor.
Porque Jesús no habla sólo a los Doce que tiene alrededor, sino que se dirige a toda la Iglesia, para la que traza unas líneas de acción a través de todos los siglos hasta que Él vuelva.
Jesús asegura a su Iglesia la persecución, porque el mundo chocará con la doctrina del Señor, y la lucha se entablará queramos que no.
Esto, tanto a nivel de Iglesia como de cada cristiano en particular.
Porque quien quiera vivir conforme a Jesucristo, habrá de renunciar a lo que el mundo proclama y hace en oposición directa con el Evangelio. Y se impone la opción:
– ¿Jesucristo o el mundo?… ¿Por cuál de los dos me tiro?… Si me inclino por Jesucristo, el mundo se reirá de mí y hasta me perseguirá. Si me decanto por el mundo, pierdo a Jesucristo y la vida eterna. ¿Qué escojo?…
Al escoger nosotros a Jesucristo y vernos metidos en medio de la incomprensión, oposición y hasta persecución del mundo, ¿tenemos que temer? Jesucristo nos quita todo miedo, pues hemos oído sus palabras:
– ¡Tranquilos!, que ni un cabello de su cabeza se va a perder…
Dios se pone de nuestra parte, y decimos con Pablo:
– Si Dios está con nosotros, ¿Quién contra nosotros?…
Jesús tiende ahora la mirada al final, y nos asegura:
– Con su perseverancia salvarán sus almas.
¡Qué perspectiva tan grandiosa! Pasará el mundo, con sus halagos y con sus desgracias. Lo único que quedará al fin será el Reino glorioso de Dios, y nosotros, los fieles de Jesucristo, los que hayamos dado testimonio de Él con nuestra vida valiente, metidos en ese Reino que ya no tendrá fin…
¡Señor Jesucristo!
¡Gracias por el coraje que nos inspiras!
La vida cristiana puede ser a veces dura y exigente, pero Tú estás a nuestro lado, contemplando nuestro combate.
Nosotros decimos con nuestro refrán popular que quien ríe el último, ríe de veras. ¿No podemos aplicar esto, Señor Jesús, a lo que Tú nos enseñas?… ¿Dónde pararán al final los enemigos de tu Iglesia? ¿Y dónde quedaremos nosotros, si estamos a tu lado y contigo?…
Vemos cómo todo pasa, pero Tú permaneces.
Tú, Jesucristo, eres el mismo ayer, hoy y siempre…
P. Pedro García, CMF.