30 de Junio | ENTUSIASMO

30 de Junio | ENTUSIASMO

MEDITACIÓN DEL DÍA:
Pero quien [más] me entusiasma es el celo del apóstol San Pablo. ¡Cómo corre de una a otra parte, llevando como vaso de elección la doctrina de Jesucristo.

Aut 224

 

 

El celo de San Pablo
El celo de san Pablo fue uno de los resortes que más poderosamente movieron la vida apostólica del P. Claret hasta el final de sus días. Pablo le entusiasmó (un verbo en cuya raíz se recoge un cierto sentido divino: “se endiosó”, podríamos traducir libremente). Como a Pablo, Cristo a Claret le hizo perder el sueño, llenándole de celo. El celo misionero es el amor de Dios en forma de solicitud desmesurada por los otros. Es el amor de Dios “descontrolado” por un vértigo inexplicable de entrega. Su tilde es la urgencia. Hay que hacer el bien, hacerlo ya, hacerlo superlativamente: Lo mejor.
Tiene sus efectos inconfundibles. Hace ver al prójimo de una manera distinta y transfigurada. Todo en él aparece bello, hasta los defectos. En su presencia llega a sentirse indigno… porque el amor verdadero genera siempre humildad. Pone alas en los pies y despliega una actividad poderosa e incansable para hacerle el bien a cualquier precio. Tan fuerte es su potencia que se llegan a cambiar los hábitos de vida y lo que parecía difícil y costoso se transforma misteriosamente en suave y agradable. Una persona enamorada jamás se rinde ante la dificultad, no sabe de cálculos de tiempo ni de bienes, no se detiene ante la dificultad, espera contra toda esperanza… Y, aunque no alcance sus objetivos, da por bien empleado su esfuerzo. Lo decía san Juan de la Cruz en una frase rotunda: “El amor ni cansa, ni se cansa, ni descansa”.
Un día se topó el P. Claret con los escritos de san Pablo y llenaron un vacío de su alma. Desde entonces Pablo fue maestro y amigo de Claret. No era un personaje de ficción. Pudo oírle con el oído del corazón. Y, como Pablo, frecuentó la amistad con Cristo en su casa que es la Iglesia.
¿Por qué no proponer al lector de estas líneas que se tome la molestia de leer una de las cartas de san Pablo? ¿Y por qué no invitarle a que, al hacerlo, recoja alguna de las frases que más le “toquen”? No se arrepentirá.