MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 357
A través de nuestro encuentro con otras personas, con nosotros mismos, con el cosmos y con Dios vamos descubriendo nuestra identidad. La respuesta a la pregunta sobre nuestras relaciones prioritarias –tanto de comunión como de conflicto- nos revela quiénes somos. Esas relaciones que nos identifican ¿son fruto de una opción, son consecuencia del ejercicio lúcido y amoroso de nuestra libertad? ¿Qué opciones fundamentales están a la base de nuestros encuentros y desencuentros?
Dios nos llama para entablar relaciones nuevas y transformantes con nuestro entorno. Dios ha inscrito su proyecto de plenitud de vida en comunión como deseo hondo e intenso; pero nuestras historias personales y relacionales, nuestras debilidades y limitaciones pueden deformarlo, ocultarlo o, incluso, apagarlo. El evangelio ya nos dice: “Donde está tu tesoro está tu corazón”. ¿Cuál es el tesoro que protegemos o deseamos intensamente? ¿Cuál es el anhelo profundo que nos impulsa a arriesgar incluso la vida?
Nuestros sentidos exteriores e interiores son las puertas que nos permiten acceder a la realidad. Lo que vemos y oímos, lo que olemos y gustamos, lo que tocamos y abrazamos, despierta en nosotros una gama de sentimientos que nos habitan y que están condicionados por nuestra historia personal, nuestro lugar social, nuestros marcos teóricos, y por nuestra experiencia de Dios. Nuestro contexto nos bombardea, con la posibilidad de suscitar emociones muy variadas; debemos ser lúcidos con ellas.
Los sentimientos y las reflexiones que tienen su origen en Dios nos impulsarán a vincularnos a su proyecto de que el hombre viva. Pero ir hacia allá requiere de una voluntad decidida. La selección discernida de nuestras percepciones significa elegir y, elegir, supone renunciar. Toda opción, lo sabemos, implica renuncia.