3 CUA B - TERCER DOMINGO DE CUARESMA

3 CUA B - TERCER DOMINGO DE CUARESMA

Queridas familias, salud y bendición para ustedes. Que el Señor les conceda celebrar en este tiempo cuaresmal la gracia de la reconciliación.

El Evangelio que se proclama en este domingo de Cuaresma recoge el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo de Jerusalén. Este gesto de Jesús es considerado un acto simbólico-profético en contra del culto judío que se había convertido en un obstáculo para que el pueblo accediera a la misericordia de Dios. El sistema ritual del Antiguo Testamento exigía el sacrificio de animales para alcanzar el perdón de los pecados, situación que generaba la exclusión de las personas que no podían costearlo. Para Jesús la casa de su Padre no se equipara a ningún templo terreno; la causa del Padre es el ser humano perdido por el pecado y la muerte. El Mesías ha sido enviado para rescatar a la humanidad y llevarla al encuentro con el Dios Bueno.

Los judíos exigen a Jesús una señal que refrende su actuación. Él les responde de una manera enigmática, diciendo: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar” (v. 19). Las acciones de Jesús en el templo traerán darán paso a la persecución de las autoridades. Éstas vieron en Jesús a un subversivo que atentaba contra la estructura más poderosa de Israel y no al Salvador que nos acerca a la experiencia maravillosa del amor divino. El desafío de Jesús a los líderes religiosos y políticos lo llevará a la muerte de cruz.

Jesús en persona es el nuevo templo, el lugar del encuentro de Dios. La referencia a los tres días para “levantar el nuevo templo” simboliza el tiempo adecuado de la actuación de Dios en la hora de la exaltación – resurrección de su Hijo. A partir de esa hora ya no hace falta el templo de Jerusalén, ni ningún sacrificio expiatorio, pues Él ha derribado el muro que nos separaba del Padre. El culto cristiano, según las enseñanzas del Maestro, está fundado en la nueva ley del amor a Dios y al prójimo; de esto se trata la adoración “en espíritu y en verdad” que Jesús menciona más adelante en el diálogo con la mujer samaritana (Cf. 4, 23).

A partir de la resurrección, unidos a Jesucristo, somos el nuevo templo de Dios. Somos las rocas vivas del santuario del Espíritu y estamos llamados a actuar como Él para acercar a todos al encuentro con Dios. De ahí que nuestras familias sean también lugares sagrados donde la vida debe ser protegida y donde la fe debe ser comunicada. Esforcémonos para que la vida de los hijos e hijas de Dios sea revalorizada en su dignidad y vocación.

Este es el tiempo oportuno.

Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.