MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 310
Claret era consciente de que un sermón, aunque impacte mucho a quien lo escucha, acaba desvaneciéndose; un libro, por el contrario, permanece, está siempre al alcance de quien quiera usarlo. Desde el principio de su actividad apostólica se preocupó de poner por escrito (en hojas sueltas, folletos y libros) lo que predicaba al pueblo. Puso muy pronto por escrito las instrucciones que iba dando en misiones populares o ejercicios espirituales; son sus conocidos folletitos de “avisos a…” (jóvenes, niños, padres de familia, sacerdotes…). Y, para que a la instrucción acompañase la oración, vino enseguida el célebre devocionario “Camino Recto”.
Pero no se quedó ahí. Pensando en una difusión del pensamiento religioso a gran escala, fundó, con otros dos sacerdotes que tenían la misma inquietud, la “Librería Religiosa” (1848), editorial y distribuidora de obras formativas y económicas. Por otra parte, era también consciente del mal que la prensa puede hacer. Como la verdad y la belleza, también la mentira y la manipulación quedan en el papel y permanecen en bibliotecas y hemerotecas. Claret, más que luchar contra los “malos libros”, se preocupa de escribir y difundir aquello que puede ayudar a crecer como seres humanos y creyentes. Cree que el mal se vence, sobre todo, a fuerza de bien.
Hoy ya no vivimos tanto la moda de la prensa (como el siglo XIX) o de la radio y la televisión (como en siglo XX), sino el impacto de las modernas tecnologías de la información y comunicación: internet, redes sociales, plataformas digitales, etc. Estas tecnologías constituyen –como señaló Juan Pablo II– los “nuevos areópagos” para la difusión del Evangelio. Las notas que caracterizaron el uso claretiano de los medios de comunicación social son válidas para hoy: contenidos esenciales, estilo sencillo e imaginativo, brevedad y tono positivo y esperanzado.