MEDITACIÓN DEL DÍA:
Carta ascética… al presidente de uno de los coros de la Academia de San Miguel. Barcelona 1862, p. 15
¿Cómo se ha comportado Jesús? ¿Qué nos enseña con su modo de obrar, en su relación con el prójimo? Jesús se sitúa ante cada persona con la misma incondicionalidad del amor de Dios. Nos enseña a acoger al prójimo simplemente porque es hijo de Dios, más allá de su aspecto o de sus características personales, de su cultura, posición social, religión o raza; se anticipa a descubrir sus necesidades, se sitúa en su lugar, y le hace sentirse verdaderamente persona, digno de ser amado. Más allá de sus peculiaridades, hay en él algo muy importante, decisivo: es hijo de Dios, y ¿qué padre no se siente agradecido hacia quien hace un favor o presta un servicio a su hijo?
Es más fácil dar que recibir. Recibir algo de alguien nos sitúa ante él como “pobre”, en inferioridad de condiciones. Siempre es menos humillante recibir cuando se puede corresponder con la misma moneda. Recibir sin poder ofrecer algo equivalente nos sitúa ante el prójimo con la misma actitud con que debemos presentarnos ante Dios. La adecuada actitud ante Dios es la del pobre pedigüeño, porque nunca podremos ofrecer nada a Dios que no hayamos previamente recibido.
La providencia de Dios actúa a través de las personas; lo que por medio de ellas recibimos es también don de Dios. Y todos somos instrumentos de esa providencia. Dice Benedicto XVI que “quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente, de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo, ni motivo de orgullo. Esto es gracia. Cuando más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo ‘Somos unos pobres siervos’ (Lc 17, 10). En efecto, reconoce que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino gracias a que el Señor le concede este don”.
¿Experimentas el gozo de dar y la gratitud en el recibir? ¿Reconoces los beneficios recibidos tanto de Dios como de los demás y compartes con generosidad?