MEDITACIÓN DEL DÍA:
Carta al Nuncio Apostólico, 12 de agosto de 1849, en EC I, p. 305
Este párrafo de la carta de Claret en que rechaza el nombramiento de arzobispo expresa un sentimiento paternal respecto de la asociación misionera que acaba de fundar. Pone de relieve el problema de la escasez de evangelizadores y el deseo, muy vivo aunque a veces latente, que tiene el pueblo de ser evangelizado; pero en la España de aquel momento, a causa de la expulsión de los religiosos catorce años antes, apenas había predicación ni catequesis.
Indica Claret también cómo un grupo de evangelizadores logrará mejor cosecha que si son individuos aislados quienes se entregan a la tarea. Claret se entristecía al ver que muchos ministros ordenados de su tiempo no mostraban mucho interés en la predicación o no estaban capacitados para la misma. Constata con gran dolor que hay “gran falta de predicadores evangélicos y apostólicos”.
Evangelizar no es dar una charla religiosa; es más: es un anuncio poderoso y continuado de la realidad de Cristo. En toda evangelización Cristo debería hacerse presente ante el pueblo en virtud de las palabras del heraldo. Él tiene que conducir a las gentes a experimentar a Cristo, para lo cual debe experimentar, él el primero, la presencia de Cristo en su vida. Las palabras que salgan de su boca deberán ser las propias palabras de Jesús. Por eso, ante todo, deberá estar familiarizado con la Palabra de Dios, que explicará en las diversas acciones pastorales o litúrgicas con el pueblo.
Es muy bella, y eficaz, la preparación de la homilía por varios sacerdotes juntos, y también la de un sacerdote con un grupo de su feligresía. Se suman puntos de vista y sentimientos, con el consiguiente enriquecimiento espiritual de todos.
Para Claret era importantísimo ese “hacer con otros”. Por eso puso en marcha su grupo de misioneros y numerosas asociaciones apostólicas de laicos. Ojalá su espíritu y entusiasmo continúe vivo en nuestras parroquias y comunidades de evangelizadores.