Is 61, 1-3. 6. 8-9
El espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido
y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres,
a curar a los de corazón quebrantado,
a proclamar el perdón a los cautivos,
la libertad a los prisioneros,
y a pregonar el año de gracia del Señor,
el día de la venganza de nuestro Dios.
El Señor me ha enviado a consolar a los afligidos,
los afligidos de Sión,
a cambiar su ceniza en diadema,
sus lágrimas en aceite perfumado de alegría
y su abatimiento, en cánticos.
Ustedes serán llamados “sacerdotes del Señor”;
“ministros de nuestro Dios” se les llamará.
Esto dice el Señor:
“Yo les daré su recompensa fielmente
y haré con ellos un pacto perpetuo.
Su estirpe será célebre entre las naciones,
y sus vástagos, entre los pueblos.
Cuantos los vean reconocerán
que son la estirpe que bendijo el Señor”.
Salmo 26, 1. 2. 3. 13-14
R. (1a) El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar?
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
Cuando me asaltan los malvados
para devorarme,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
Aunque se lance contra mí un ejército,
no temerá mi corazón;
aun cuando hagan la guerra contra mí,
tendré plena confianza en el Señor.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
La bondad del Señor espero ver
en esta misma vida.
Armate de valor y fortaleza
y en el Señor confía.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 14-20
Hermanos:
Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron.
Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.
Por tanto, no valoramos a nadie según la carne. Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no.
El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuenta de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación.
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Marcos 16, 15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.» Después de hablarles, el Señor Jesús subió al Cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la Palabra con las señales que los acompañaban.
Palabra del Señor