MEDITACIÓN DEL DÍA:
Texto inédito. Mss. Claret, vol. XIII, p. 697
El amor de Dios no es una idea, sino una experiencia. El P. Claret fue un experimentado en ese amor, que él compara al fuego. Para él el fuego del amor es también símbolo de vida: el amor crea, y lleva a la entrega por los demás. Para Jesús, “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13); y Pablo ve la razón de ser “apremiado” por el amor de Cristo (cf. 2Cor 5, 14) en que él murió no por los justos sino por los pecadores (cf. Rm 5,8s). El profeta compara el amor de Dios con el de una madre entrañable e incapaz de olvidar a sus hijos (cf. Is 49, 15).
La experiencia del amor de Dios se vive en la historia personal de cada uno. Pero ¿puede decir que Dios le ama alguien que está pasando por desgracias, falta de salud, estrecheces económicas, persecución incluso por su fe en el Evangelio…?
El Dios amor no es siempre el Dios complaciente o permisivo; un padre humano tampoco es así. Necesitamos un aprendizaje para vivir con madurez y entereza los momentos oscuros que la vida va deparando. En este sentido, vivir el amor de Dios implica vivir en la confianza, aun sin experimentar la acción inmediata y vivificante de la providencia. La presencia de la adversidad no debe apagar el fuego del amor.
La experiencia del amor de Dios conlleva un llamamiento a escuchar los susurros del silencio de Dios, un silencio que no debe ser confundido con ausencia, sino que proyecta sobre nosotros su luz suave, la que nos permite caminar con ilusión hacia la última cima de nuestro peregrinar. Esperar en el amor de Cristo, el de las llagas glorificadas tras su entrega por nosotros, proporciona la ilusión indispensable para sonreír también en los momentos duros de la vida.
¿Qué te dice la expresión de 1Jn 4,8 “Dios es amor”? ¿Se tambalea tu fe en ese amor cuando no percibes su intervención, como un “súper hombre”, ante la menor adversidad? ¿Muestras tu amor a Jesús en la aceptación paciente del sufrimiento.