MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 308
Los ejercicios ignacianos son un viaje a la verdad más profunda de uno mismo, un permanente ejercicio de discernimiento. ¿Quién soy yo y quién es Dios? Estas son las preguntas centrales. Claret tuvo la oportunidad de practicar este método durante su estancia en el noviciado de los jesuitas en Roma, entre 1839 y 1840. Después lo usó en los muchos ejercicios que dirigió a seglares, religiosas y sacerdotes. Refiriéndose a estos últimos, señala que su conversión es la empresa más difícil. Puede parecer extraño y hasta escandaloso, pero es una más de las contradicciones de la vida espiritual: quien guía a otros a veces no se deja guiar personalmente.
Hoy los medios de comunicación social difunden noticias de sacerdotes infieles a su ministerio. El abuso sexual a menores (aunque no haya sido más frecuente en sacerdotes que en seglares) es lo que más ha escandalizado a Iglesia y a la sociedad. Pero hay otras muchas infidelidades que exigen la conversión como requisito para la credibilidad. Claret nos enseña no solo a creer que es posible, sino a confiar en que quienes han recibido el don de configurarse con Cristo pastor, cuando humildemente reconocen sus limitaciones, son transformados por la gracia y recobran su vocación de evangelizadores.
Pocos medios son más eficaces para vivir un proceso de sanación que una experiencia de ejercicios ignacianos. En ella la Palabra de Dios nos ayuda a descubrirnos como criaturas que encuentran solo en Dios su “principio y fundamento”, a poner nombre al pecado que oscurece esta relación de amor, a conocer más profundamente a Jesucristo para seguirlo, a pedir el don del amor, etc.
En nuestro mundo lleno de ruidos, la experiencia de los ejercicios espirituales nos ayuda a todos, no solo a los sacerdotes, a escuchar la “música callada” de Dios en el silencio de nuestro corazón.