MEDITACIÓN DEL DÍA:
Autorretrato del Misionero Apostólico, en AEC pp.532-533
Para todos es importante evaluar periódicamente los propios comportamientos y obras, llevándolos ante el espejo de otros ojos, que pueden ser los de un superior, o bien, los de un experto o los de un amigo. El párrafo citado del P. Claret corresponde a un momento de autoevaluación en su época de predicador de la Buena Noticia por los pueblos de Cataluña; forma parte de un texto que envió a su amigo y antiguo compañero de estudios, el filósofo Jaime Balmes, que quería interiorizarse de su experiencia.Concretamente, el punto citado es el séptimo de los ocho en que sintetizó su respuesta al amigo, diciendo cómo entendía e intentaba vivir la propia vocación. Luego de describir su compromiso con el Señor que le había elegido y enviado, necesitaba proponer en breves rasgos su conducta con el prójimo, con la gente a la que se dirigía. Se inspiraba en Jesús, primer misionero, manso y humilde de corazón (Mt 11,29).Años más tarde, y desde su experiencia personal, el mismo Claret escribiría que “con la humildad se agrada a Dios y se alcanzan todos los bienes y con la mansedumbre se agrada a los hombres y se les trae a buen camino” (El Colegial Instruido). De ahí el lugar que el anunciador del Evangelio debe conceder a esta virtud de la mansedumbre: ella modera la vehemencia que puede acompañar a un cierto celo originado más en temperamentos irascibles que en genuina caridad cristiana y apostólica.De ahí que el rostro de la mansedumbre sean la afabilidad, el amor, el cariño con que nos acercamos a todos, ricos y pobres, pequeños y grandes, ignorantes o sabios. Son los mansos los que heredan la tierra, o sea, el corazón de los hombres (cf Mt 5,5).Seguramente has tenido encuentros con personas, tal vez de buena voluntad en su servicio pero no siempre con el necesario control de los propios impulsos. ¿Qué recuerdo y qué fruto te quedó de esos encuentros? ¿Te han aleccionado, por contraste, para tu propio modo de relacionarte con los demás?