MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 636
Nos vamos quedando miopes, con la mirada corta. Según avanza la vida, perdemos de vista el horizonte, nos adaptamos a lo pequeño. Según vamos perdiendo fuerzas, se nos van los sueños, y las ganas de abrir caminos nuevos; nos cuesta más levantar la mirada y, más aún, el vuelo; nos cuestan los cambios y nos vamos conformando con vuelos cortos. Nos resignamos a ser aves de corral, aunque estábamos llamados a ser aves de altura. Quizá nos quedamos mirando atrás, ahogados por añoranzas o nos entretenemos en lo intrascendente.
Hoy Claret nos invita a tratar del Cielo, y a hacerlo con frecuencia. Como buen misionero, sabe que hay que proponer la meta para levantar la ilusión, para que nadie se duerma y se quede en el camino. Hay que tratar del Cielo para no perder de vista el horizonte y ser conscientes del desenlace de la vida y de la historia.
Tratar del Cielo no es tratar de un lugar. Es poner la mirada en la meta de la vida en plenitud, del amor, del banquete de todos, de la ciudad nueva, de Reino totalmente realizado.
Tratar del Cielo nuevo nos pone en camino, en éxodo. Nos invita a dejar las esclavitudes que nos atan y enredan, proponiéndonos pequeños cielos, para caminar, con la libertad de los hijos de Dios, hacia “un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia” (2Pe 3,13).
Tratar del Cielo es no perder la inquietud ni el gusto por la utopía de otro mundo posible; más bien es no conformarnos con cualquier opio, aunque tenga forma de religión.
Y es que, en cuanto dejemos de hablar del Cielo nuevo, aparecen muchas ofertas nuevas de pequeños cielos, más cercanos, más a mi gusto, pero sin duda más pasajeros, desechables, realmente pseudocielos.
¿De qué cielos pequeños e inmediatos estamos recibiendo claras ofertas? ¿Con qué actitud espero el Cielo nuevo y la tierra nueva?
Padre nuestro que estás en el Cielo, no nos dejes caer en la tentación de conformarnos con pequeños y artificiales cielos.