2 de noviembre |  Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

2 de noviembre | Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

2 Macabeos 12,43-46
En aquellos días, Judas Macabeo, jefe de Israel, hizo una colecta y recogió dos mil dracmas de plata, que envió a Jerusalén para que ofrecieran un sacrificio de expiación por los pecados de los que habían muerto en la batalla. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección, pues si no hubiera esperado la resurrección de sus compañeros, habría sido completamente inútil orar por los muertos. Pero él consideraba que, a los que habían muerto piadosamente, les estaba reservada una magnífica recompensa. En efecto, orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados es una acción santa y conveniente. 

Salmo 102, 13-14. 15-16. 17-18

R. El Señor es compasivo y misericordioso.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento para enojarse y generoso para perdonar.
No nos trata como merecen nuestras culpas,
ni nos paga según nuestros pecados.

R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Como un padre es compasivo con sus hijos,

así es compasivo el Señor con quien lo ama;
pues bien sabe él de lo que estamos hechos
y de que somos barro, no se olvida.

R. El Señor es compasivo y misericordioso.
La vida del hombre es como la hierba,

brota como un flor silvestre:
tan pronto la azota el viento, deja de existir
y nadie vuelve a saber nada de ella.

R. El Señor es compasivo y misericordioso.
El amor del Señor a quien lo teme

es un amor eterno,
y entre aquellos que cumplen con su alianza,
pasa de hijos a nietos su justicia.

R. El Señor es compasivo y misericordioso.

Co 15, 20-26. 28

Hermanos: Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos. Porque si por un hombre vino la muerte, también por un hombre vendrá la resurrección de los muertos.

En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo.

Enseguida será la consumación, cuando, después de haber aniquilado todos los poderes del mal, Cristo entregue el Reino a su Padre. Porque él tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo sus pies a todos sus enemigos. El último de los enemigos en ser aniquilado, será la muerte. Al final, cuando todo se le haya sometido, Cristo mismo se someterá al Padre, y así Dios será todo en todas las cosas.

 

Mt 25, 34

R. Aleluya, aleluya.
Vengan, benditos de mi Padre, dice el Señor;
tomen posesión del Reino preparado para ustedes
desde la creación del mundo.
R. Aleluya.

Lucas 23, 44-46. 50. 52-53; 24, 1-6

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” Y dicho esto, expiró.

Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.

El primer día después del sábado, muy de mañana, llegaron las mujeres al sepulcro, llevando los perfumes que habían preparado. Encontraron que la piedra ya había sido retirada del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.

Estando ellas todas desconcertadas por esto, se les presentaron dos varones con vestidos resplandecientes. Como ellas se llenaron de miedo e inclinaron el rostro a tierra, los varones les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que esta vivo? No está aquí; ha resucitado”.

 

Palabra del Señor.