MEDITACIÓN DEL DÍA:
Carta a D. José Caixal, 10 de marzo de 1865, en EC II, p. 864
“Bienaventurados cuando os injurien… por mi causa” (Mt 5, 11). Es una parte central del sermón del monte. Quien decide tomar en serio a Jesús y su mensaje tiene que contar con incomprensiones, ridiculizaciones, mala prensa. La palabra de Dios es aguda y cortante, como espada de doblo filo (cf. Hb 4,12); es normal que resulte incómoda y pueda crear desazón y disgusto en personas de conducta no recta.
Ante el mensaje incómodo, en vez de acoger la llamada de Dios a la enmienda, cabe la reacción del endurecimiento y la resistencia, o incluso de la violencia, verbal o física, contra el mensajero. Le sucedió a Jesús y a numerosos seguidores suyos a lo largo de la historia y sigue sucediendo hoy a muchos heraldos del evangelio o que lo testifican con sus vidas. Pero los auténticos testigos reaccionan incluso con gozo, sin vacilar, nunca devolviendo agresividad o represalias.
Humanamente hablando, las calumnias acobardan, invitan a echarse atrás. Pero el seguidor entusiasta de Jesús experimenta la alegría de verse más asemejado a su Maestro y Señor, y se siente estimulado a intensificar su testimonio.
El P. Claret, en el “programa” de vida para sus Misioneros, les dice que el Hijo del Inmaculado Corazón de María “se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos” (Aut 494). En su época de confesor real llovieron sobre él calumnias de todo tipo; la elegancia espiritual con que vivió esa desagradable situación podemos percibirla leyendo su librito autobiográfico Consuelo de un alma calumniada (Barcelona 1864).
¿Cuál es tu reacción si alguna vez experimentas rechazo o ridiculización u otra forma cualquiera de marginación por vivir y testimoniar el evangelio?