MEDITACIÓN DEL DÍA:
Carta al misionero Teófilo”, en Sermones de Misión. Barcelona 1858, vol. I, p. 11
Hay una constante en los evangelios, sobre todo en el de Marcos, que consiste en que, cada vez que Jesús realiza un portento o entusiasma a la multitud y ésta le ensalza, él impone silencio y la despide. En algún estudio sobre la psicología de Jesús se ha aducido este rasgo como signo de su salud mental.Claret tuvo muchos motivos para entregarse a la autosatisfacción. Hasta en los momentos más duros de su ministerio hubo multitudes que le aclamaron como héroe. En Canarias las gentes le apretujaban hasta tener la autoridad que protegerle con un marco de madera; “sólo me llevé de allí cinco rasgones que me hicieron en mi capote viejo la mucha gente que siempre se me echaba encima cuando iba de una población a otra” (Aut 486). A su paso por Madrid previo al viaje a Cuba, le quisieron incorporar a la vida de los aristócratas: “me hacen volver loco en recibir y pagar visitas a las personas de mayor categoría” (EC I, p. 424); se le impusieron cruces, medallas y condecoraciones… Y cuando llegó y salió de aquella Isla lo hizo en olor de multitudes y saludado por las máximas autoridades…Llegado a Madrid fue nombrado confesor real, y se le impusieron nuevas medallas. Enseguida reemprendió sus predicaciones con éxitos multitudinarios: grupos de 4000 y de hasta 6000 personas en el templo (EC I, p. 1441). Consiguió mejorar la ley de educación y que se promulgasen decretos a favor de la moralidad pública… Se ganó el ánimo de muchos Ministros; la Reina le admiraba hasta lo supersticioso…Y en medio de todo ello, Claret mantuvo siempre el gran criterio de imitar lo más literalmente posible a Jesús, también en su humildad y en su preferencia por los humildes. Al ser nombrado confesor real, decía confidencialmente a un amigo: “déjenme a mí para confesar a los montunos y bozales” (EC I, p. 1335). Un testigo de su época en la corte declaraba: confiesa todos los días en las iglesias a la gente más pobre… No negó el don de Dios, pero “en las alturas” estuvo siempre incómodo y se consideraba “un burro malo cargado de joyas” (AEC p. 688).