MEDITACIÓN DEL DÍA:
El consuelo de un alma calumniada, Barcelona 1864, p. 7
«El oro se purifica en el crisol”, dice la Escritura (Sir 2,5). Los sufrimientos tienen valor redentor. Según el franciscano estadounidense Richard Rohr, “gran amor y gran sufrimiento son los dos caminos universales y principales”. Es una lección perenne que el cristianismo ofrece a sus adeptos y a la humanidad entera: el sufrimiento puede ser sanador, proporcionar energía e ilusión. Pero estos frutos sólo surgen si la adversidad se vive a fondo, con perseverancia, con fe inquebrantable, oración incesante y horizonte amplio en esa aceptación madura del sufrimiento como un proceso de crecimiento; y –lo que es más importante- en la mística del seguimiento de Jesús, el gran perseguido y calumniado.Este camino sublime necesita un aprendizaje; y necesita, claro está, la ayuda de la gracia, pues el creyente no posee de entrada aquella enseñanza bíblica “me estuvo bien el sufrir; así aprendí tus mandamientos” (Salmo 119,71). De entrada no se posee esa original sensibilidad, ni esa fe en el poder redentor del sufrimiento y en que Dios mismo permite que nos sobrevengan males para con ellos purificarnos y perfeccionarnos.Cuando se ha adquirido esa visión sobrenatural, la respuesta al sufrimiento ya no es la maldición o la queja, ni tampoco la huida. Se da incluso una gozosa y original mística del sufrimiento, que nada tiene que ver con el deplorable masoquismo, pero mucho con el entusiasmo por asemejarse cada vez más al Crucificado-Glorificado. Es impresionante la reacción de Claret al atentado de Holguín: “no puedo yo explicar el placer, el gozo y alegría que sentía mi alma al ver que había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por amor de Jesús y de María” (Aut 577). Al agresor “yo me ofrecí a pagarle el viaje para que le llevaran a su tierra” (Aut 584).¿Si me quejo o chismorreo de las penas cotidianas, cómo me doy cuenta de mi incapacidad para tratarme con eficacia mis sufrimientos con que me encuentro?