MEDITACIÓN DEL DÍA:
Propósitos de 1864; AEC p. 707
Como el mensaje evangélico es incisivo y tiene la capacidad de sacudir las conciencias, hasta resultar incómodo para personas o grupos que viven satisfechos en el error, es normal que genere oposición, incluso violenta. Por eso las persecuciones no son nada nuevo en el cristianismo; viendo su historia se tiene la impresión de que son inevitables a quien desee vivir el evangelio en radicalidad, como auténticos testigos del mismo. Las persecuciones pueden revestir el carácter de ataque físico, incluso en forma de atentados (parece que contra el P. Claret se conocen unos catorce); otras veces revisten formas más sutiles: privación de la fama, de la paz… hasta de los derechos más básicos, llegando a “haciéndole la vida imposible” a alguien.
La respuesta cristiana no es la mera resignación pasiva, sino la valentía y entereza, en la convicción de que con sufrimientos se siguen más visiblemente las huellas de Jesús y de que la no-violencia es la única capaz de ofrecer un modelo diferente, verdaderamente constructivo y humanizante, acaban do con la proclividad a la venganza. A veces el fruto positivo tarda en hacerse palpable, pues crece lentamente.
Desgraciadamente, tanto en el mundo de las religiones como en la sociedad civil, la historia ha fracasado en este aprendizaje. El cristianismo, seguidor de un inocente perseguido y asesinado, está llamado a ofrecer a la humanidad esta salida alternativa. La forma más noble de sobrellevar el sufrimiento es sin duda la de la compasión cristiana y la misericordia para quienes lo infligen; la persona queda dignificada y puede acabar, como el perseguido Jesús, ofreciendo al Padre sus ser transformado. “A tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46) fue la última y quizá la más bella oración personal de Jesús perseguido al Padre acogedor.
¿Estás amenazado y desanimado por persecuciones o zancadillas que vas encontrando en tu vida cotidiana? ¿Sabrás responder con compasión y caridad?