MEDITACIÓN DEL DÍA:
Avisos a un sacerdote que acaba de hacer los ejercicios de San Ignacio. Vich 1844; p. 4
Sabio comentario el de Claret. ¿Podía ser de otro modo?Con el paso de los años he ido descubriendo que muchas veces no sé qué hay que hacer en una determinada situación. Pero en casi todas esas encrucijadas -incluso en las más complicadas-, al mismo tiempo tengo muy claro que hay una serie de acciones y actitudes que son inadmisibles. Lo que parece un callejón sin salida empieza a tener alguna: al menos sabemos qué pasos no debemos dar y qué debemos evitar por todos los medios; tenemos claro lo que sería contraproducente.Claret comienza marcando esos mínimos: la santidad supone limpieza de pecado. Pero también -nos lo dice en positivo- eminencia en la virtud. Hace unos días me impresionaba cómo un sacerdote insistía en su homilía: “el problema no es el mal que hacemos, que hacemos bastante poco, sino el mucho bien que dejamos de hacer”.No basta con no mancharse, ¡sólo faltaba! El reto está en que la blancura brille. Tampoco se trata de cuidarse tanto para evitar que nuestra vida se manche que quedemos paralizados; no podemos contemplar tranquilos que el mundo arda ante nosotros sin que nosotros mismos movamos un dedo. Intuyo que los comentarios de Jesús sobre quien guardaba con tanto miedo sus talentos tienen que ver con esto: vivir y amar implica arriesgar.Si Claret hubiera vivido en el siglo XXI y se hubiera alimentado de su vida eclesial, nos invitaría a invocar constantemente al Espíritu; sólo Él puede contagiarnos el sentir, el querer y el pensar de Jesús. No dejemos de hacerlo; Él nos marcará el camino hacia la eminencia en la virtud.