17 de febrero | DANOS SIEMPRE DE ESE PAN

17 de febrero | DANOS SIEMPRE DE ESE PAN

MEDITACIÓN DEL DÍA:
“Cuando Jesucristo enseñó a hacer oración, encargó que pidiésemos el pan corporal y espiritual de cada día, juntamente uno y otro; así lo entendieron y practicaron los primitivos cristianos, que cada día daban al cuerpo y al alma su propia refección, esto es, cada día comulgaban y comían”

Carta ascética… al presidente de uno de los coros de la Academia de San Miguel. Barcelona 1862, p. 28; editada en EC II, p. 594

 
 

Pensemos cómo rezamos cada día la preciosa oración del Padrenuestro. Esa plegaria nació de los labios de Jesús y sus discípulos la aprendieron de memoria. Hoy sigue y seguirá resonando a lo largo de la historia en todos los pueblos y en todas las lenguas. En esa hermosa plegaria encontramos esta petición, que nos toca muy de cerca: “Danos hoy nuestro pan de cada día”.Pedimos al mismo tiempo el pan material y el pan espiritual: el manjar que es fruto del trigo de los campos, que alimenta nuestro cuerpo, y el pan espiritual – el pan “de los ángeles” -, que enriquece y robustece nuestra vida cristiana. Ese pan debemos comerlo, si nos es posible, cada día; sólo así podremos afrontar las exigencias de la vida cristiana en el ambiente de increencia que nos envuelve, y que exige una peculiar fortaleza. Ser un creyente cabal implica  empaparse de Eucaristía a lo largo de la vida de acá y de allá: hoy, mañana, siempre, en la eternidad bienaventurada.En un momento de recogimiento saborea las palabras del Padrenuestro, la oración de todos los hijos de Dios, de siempre. Te podrá servir en tu interior esta constatación de Claret en sus años de plenitud mística: “En cada palabra del Padre Nuestro, Avemaría y Gloria veo un abismo de bondad y misericordia. Dios nuestro Señor me concede la gracia de estar muy atento y fervoroso cuando rezo estas oraciones» (Aut 766).Reza pausadamente (y no de forma rutinaria) esas oraciones aprendidas en tu infancia y sentirás la fuerza y ternura del Espíritu, que se une a nuestra oración e «intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26). En ello nos va la vida: la vida física y la vida espiritual.