17 de enero | EQUILIBRIO ESPIRITUAL

17 de enero | EQUILIBRIO ESPIRITUAL

MEDITACIÓN DEL DÍA:
“Lo que importa, Madre, es tener paciencia y rogar mucho a Dios y a la Stma. Virgen María, y cumplir bien las Reglas que tienen y santificarse; y lo demás ya vendrá a su debido tiempo, y con paz y sosiego practicar las diligencias oportunas; esas prisas, esas ansias que tiene por la definitiva aprobación no me parece tan espiritual como yo deseo en Usted”

Carta a la Venerable M. Antonia París, 1 de enero de 1870, en EC II, p. 1447

 

M. Antonia París
Un 17 de enero, de 1885, fallecía en Reus (Tarragona) la M. Antonia París de San Pedro, Fundadora de las Religiosas de Enseñanza de María Inmaculada, hoy conocidas como Misioneras Claretianas. Juan Pablo II la declaró Venerable en 1993.
La trayectoria espiritual de M. Antonia fue compleja. Habiendo ingresado en el convento de la Compañía de María de Tarragona en 1841, las leyes civiles no le permitieron profesar hasta 10 años más tarde; cuando finalmente se le permitió, sintió que Dios la llamaba a dar vida, con ayuda de Claret, a un nuevo Instituto. En enero de 1850 había conocido personalmente al gran misionero, ya obispo electo de Santiago, y le había propuesto dicha fundación. Esta tendría lugar cinco años más tarde en Cuba, a donde M. Antonia se había trasladado con cuatro compañeras en 1852. Cuando planificaban el viaje, Claret les prometió: “Yo las favoreceré todo lo posible” (EC I, p. 469). Y lo cumplió.
Con el apoyo y anuencia de Claret –necesaria, por ser el obispo diocesano- se funda el convento en Santiago de Cuba, de momento con la normativa del de Tarragona. En 1860 se proponen a la aprobación de Roma las Constituciones del nuevo Instituto, pero encuentran dificultades. En los años sucesivos se siguen presentando con diversas modificaciones al texto y la aprobación sigue aplazándose. Esto origina en Antonia París la comprensible desazón y el estado de impaciencia que el arzobispo desea evitar.
El P. Claret se movió en la vida con prisas; quiso hacer mucho, y con frecuencia el tiempo no le daba de sí. Pero no fue un atormentado ni cayó en estados de ansiedad. Tuvo logros y fracasos, pero ni aquellos le engrieron ni estos le deprimieron; ejercitó la paciencia y la actitud de abandono en las manos de Dios; esto, sin embargo, no le llevó  a un quietismo irresponsable; siguió siempre “practicando las diligencias oportunas”.
¿Poseo yo el deseable equilibrio entre abandono sereno en las manos de Dios y conciencia de mi responsabilidad personal?