MEDITACIÓN DEL DÍA:
Carta ascética… al presidente de uno de los coros de la Academia de San Miguel. Barcelona 1862, p. 29
Con una imagen muy plástica, nuestro amigo Claret nos explica cómo adivinar la temperatura o el calor espiritual de una parroquia. Hay un termómetro que marca los grados de calor en proporción a las personas que se acercan a recibir el cuerpo del Señor. ¿Son escasas? Es invierno y hace frío. ¿Son bastantes? Es primavera florida. ¿Son la mayoría de los fieles? Es verano y hace calor, existe fervor en cada persona, en las familias, en los grupos de Biblia o de oración, en los seminarios y en las comunidades.
Y, además, se enciende en ese pueblo o ciudad la inquietud apostólica, que es el deseo de contagiar a los demás, de llevar a Dios a los que no lo conocen e irradiar la luz del Evangelio en los que no lo leen, ni lo escuchan, ni lo viven, ni lo ponen en práctica con perseverancia y decisión, hasta alcanzar la santidad a la que todos los bautizados estamos llamados.
Que no se nos pidan milagros ni vida mística si navegamos en la desidia, en la mediocridad o, lo que es peor, en la frialdad total, siendo carámbanos en lugar de hornos encendidos en amor, o brasas de caridad. Claret nos dice bien a las claras que una capilla o un templo donde no hay comulgantes o adoradores de la Eucaristía es un invierno perenne. Allí no habrá nunca primavera florida ni, mucho menos, verano tórrido. Pobres cristianos sin fe, o sólo con una vela que ni alumbra ni enciende ni calienta.
Dios y la Iglesia, y el mismo Claret, siguen dando y pidiendo fuego de Pentecostés en los lugares y en las personas consagradas por el bautismo, personas santas que se incendian y se convierten en antorchas vivas en medio de la noche de este mundo. Examina detenidamente cuál es el grado de calor de tu corazón. ¿Arde tu alma en caridad fraterna y apostólica?