MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 571
Las palabras de Jesús siguen siendo una exigencia irrenunciable para los que llevan el nombre de cristianos: “Estuve en la cárcel y me visitasteis”.
Jesús tomó sobre sí los dolores del mundo: el enfermo, el postergado, el despreciado, el empobrecido, el hambriento. También el encarcelado. Él era Dios realmente encarnado; y todas esas categorías y situaciones humanas, que solamente aparecen en las páginas de violencia de la gran prensa, o ni siquiera en ellas, son la condición en que vive la gran mayoría de los habitantes del planeta.
San Antonio María Claret supo estar siempre del lado de los pobres, los marginados, los enfermos, los pecadores… Los presos no fueron la excepción. Ya en el noviciado de la Compañía, en Roma, iba semanalmente a predicar a los encarcelados (cf. Aut 165). En Cuba se cuidó de que los recluidos en el presidio adquirieran alguna formación y oficio por medio de diversos talleres (cf. Aut 571). En Madrid, visitaba habitualmente a los presos (cf. Aut 637).
El santo arzobispo Claret no permaneció recluido en su curia arzobispal de Santiago de Cuba, sino que salió al encuentro de las ovejas perdidas, de los seres humanos que necesitaban ayuda. Y en sus años de Madrid (1857-1868), al no vivir en los recintos palaciegos, no estaba tan “enjaulado” como él a veces lamenta o nosotros nos imaginamos… Contaba con la suficiente holgura -¡él mismo la exigió como condición para aceptar el cargo de confesor real!- para salir al encuentro de los más necesitados.
Acompañar a un marginado, consolar a un enfermo, visitar a un encarcelado, ¡es acompañar, consolar y visitar a Jesús! ¿Cuánto tiempo hace que no te encuentras con él?