MEDITACIÓN DEL DÍA:
Carta ascética… al presidente de uno de los coros de la Academia de San Miguel. Barcelona 1862, p. 20
Vivimos en un mundo desquiciado por la velocidad y el ruido; en un mundo para muchos insoportable, que impide la concentración en el trabajo y en el descanso; en un mundo que parece ir a galope, como un potro desaforado.
¿Cuándo y dónde encontrar un refugio, un momento de calma y tranquilidad, de sosiego, de paz interior? Es preciso – y quizás urgente – buscar tiempo y lugar para disfrutar un poco de soledad, donde Dios habla al corazón, y nosotros podemos encontrarnos con Él, alejados de toda distracción; para expresar nuestros sentimientos más íntimos; para dejarnos amar por quien tanto nos ama; para gustar y ver cuán bueno es el Señor en esa soledad sin estrépito, en esa isla que, con los ojos y los oídos cerrados, podemos crear dentro de nosotros para mirar a nuestro Dios y Señor y encontrar “la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora”, como dice San Juan de la Cruz.
Conviene tener en cuenta estas palabras de Benedicto XVI en la exhortación apostólica “Verbum Domini”: “La gran tradición patrística nos enseña que los misterios de Cristo están unidos al silencio, y sólo en él la Palabra puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente” (n. 66).
En el silencio y el recogimiento es donde con mayor hondura y nitidez se puede escuchar y meditar la voz de Dios que nos habla en su Palabra de luz y de vida.