13 de marzo | DAR LA VIDA POR LA CAUSA DE JESÚS

13 de marzo | DAR LA VIDA POR LA CAUSA DE JESÚS

MEDITACIÓN DEL DÍA:
“Había algunos días que me hallaba muy fervoroso y deseoso de morir por Jesucristo; no sabía ni atinaba a hablar sino del divino amor con los familiares y con los de afuera que me venían a ver, tenía hambre y sed de padecer trabajos y de derramar la sangre por Jesús y María; aun en el púlpito decía que deseaba sellar con la sangre de mis venas las verdades que predicaba” 

Aut 573 

 

 

“El corazón tiene razones que la razón no entiende”, dijo un gran pensador. Hay asuntos que solamente los entiende el corazón. Desde luego, eso lo saben los enamorados. Entonces no importan los sacrificios, las privaciones, los trabajos, aunque sean ásperos y duros. Las “penas” del amor no son tales cuando el amor es verdadero.
Las canciones románticas repiten la misma cantinela: “Morir de amor”… “Mi vida eres tú”… El problema se produce cuando pasamos de la letra de las canciones a la realidad de la vida. En la vida de familia, ¿puede alguien decir sin mentira a la esposa, al esposo, a los hijos, a los padres… “mi vida eres tú”? ¿Y esto no por tiempos breves, sino siempre y en todo momento?
Claret ardía en caridad. El suyo no era un amor romántico, ni platónico, sino muy realista. Las personas que lo conocían o los que se acercaban a él experimentaban ese ardor que casi los inflamaba por contagio. Es que, como dice la Escritura, “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12, 34). Claret expresaba verbalmente, y sobre todo lo manifestaba con sus obras y con su vida entera, que estaba animado de un gran amor de caridad hacia Dios y hacia sus semejantes, un amor que lo desbordaba por completo. Sus anhelos de sellar con su propia sangre las verdades que predicaba no eran otra cosa que la consecuencia de estar total y locamente enamorado de la causa de Jesucristo.
Cuando el amor se prueba en los gestos de la cotidianeidad, en los detalles de atención a los que nos rodean, en la premura por servir a los hermanos, en la atención a quienes llaman a la puerta de nuestra misericordia, entonces podemos considerar que también nosotros estamos inflamados del amor de Dios.
Por el contrario, si nos falta delicadeza,  servicialidad, entrega, consideración, amabilidad, tolerancia…, es que tampoco arde en nuestro corazón el amor divino.