12 de febrero | PAZ EN LA FATIGA DE LA ENTREGA

12 de febrero | PAZ EN LA FATIGA DE LA ENTREGA

MEDITACIÓN DEL DÍA:
“La verdadera paz del corazón no se halla en el retiro o abstracción de las ocupaciones en que Dios quiere emplear a sus siervos”

Carta ascética… al presidente de uno de los coros de la Academia de San Miguel. Barcelona 1862, p. 20

 
 

Hablar de “paz del corazón” significa serenidad personal, armonía consigo mismo. Alude a un estado psíquico. Desde el punto de vista cristiano es una consecuencia de la verdadera paz, la que nos ha traído Cristo, que nos permite estar en comunión con Dios. Jesús es nuestra paz; él nos ha traído la paz, porque nos ha reconciliado con Dios por medio de su sacrificio en la cruz.
La verdadera paz es un don de Dios. Como todo don es algo gratuito, que hay que cuidar, alimentar y proteger. Algunos creen que para ello es necesario dedicarse a interminables rezos, aislarse, encerrarse en sí mismo, prescindir de los demás. La paz de Jesús es la reconciliación con Dios, pero también la reconciliación entre los hombres. No hay reconciliación con Dios si no hay reconciliación entre los hombres: no hay paz con Dios mientras no se haga la paz entre nosotros, mientras no se promueva y se haga el bien a quien lo necesita. Si mis rezos o mi meditación me alejan de mis hermanos, no puede haber verdadera paz con Dios. San Vicente de Paúl enseñaba a sus discípulas, las Hijas de la Caridad, que “no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que es por él por quien lo hacemos”.
Si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo “piadoso” y cumplir con mis “deberes religiosos” se marchita también la relación con Dios. Dios me invita a entregarme al servicio desinteresado a los demás y a mantenerme en él con fidelidad. Dios no se ofrece a ser refugio de irresponsables con sus hermanos.
¿Tu oración, tu meditación de la Palabra, te encierra en ti mismo, o te lleva a interesarte por los demás, a atenderles en sus necesidades? ¿El sufrimiento de tantas personas, tu actividad apostólica te lleva a rezar, a poner ante el Señor los problemas del mundo, de las personas concretas con quienes vives?