Es casi una necesidad mirar cuanto antes el Jansenismo, nacido en los finales de la Edad Nueva y que va a causar males sin cuento en la Iglesia por lo mucho que influirá negativamente en la piedad cristiana.
Antes de hablar del tema específico de esta lección, introducimos una nota sobre un profesor católico, Bayo, y también sobre la discusión que las dos escuelas más fuertes y puras de la Iglesia sostenían sobre la gracia y la libertad humana.
Bayo era profesor de la catolicísima Universidad de Lovaina en Bélgica, y se metió con la cuestión luterana de la gracia y el libre albedrío. Criticando severamente la teología clásica especulativa, quería una más asequible, positiva, basada en la Escritura y los Santos Padres, para acercarse así más fácilmente a los protestantes. Pero fue más allá de lo debido e introdujo en su enseñanza proposiciones erróneas y hasta heréticas. Para él, antes del pecado original, el hombre era de tal manera puro en su naturaleza que no necesitaba de la gracia para las buenas obras. Pero una vez pecó, la naturaleza humana quedó tan herida que ya no era capaz de hacer ninguna obra buena y todo cuanto hacía era pecado. La gracia se había vuelto impotente. La redención de Cristo no hacía más que elevar el hombre a Dios, el cual lo acepta por pura bondad. El hombre queda sin libertad para hacer el bien; si se salva es por sólo la gracia de Dios. Esto era luteranismo puro, aunque Bayo lo suavizase sin darle la impotencia total de Lutero ni el rigor desesperante de Calvino.
Las Universidades de París, Alcalá y Salamanca condenaron la mayoría de las aserciones de Bayo y el papa San Pío V en 1567 proscribía 79 de esas proposiciones inaceptables. Bayo se sujetó a medias a la condena. Igual se obstinaba en sus opiniones que se arrepentía. Al fin se sometió con humildad y murió piadosamente. Lo malo es que lo hizo tarde. Porque sus ideas llenaban ya el ambiente de Lovaina y eran aceptadas en otras partes.
Los Auxilios, sin tener que ver nada con Bayo ni con el Jansenismo que estaba a las puertas, no favorecieron a la Iglesia en este tiempo. En un momento u otro teníamos que hablar de este punto, y éste parece ser el momento más oportuno. La gracia y el libre albedrío, o la libertad humana, apasionaban los espíritus, por lo que afectan a la salvación. Estalló todo en la Universidad de Salamanca en 1562 y se prolongó por muchos años la contienda suscitada. Tenía como dirigentes al dominico Padre Báñez por una parte, y por otra al jesuita Padre Molina, en torno a los cuales se enfrentaron las dos escuelas sin entenderse nunca. A los dominicos les tachaban de calvinistas, por inclinarse al rigor de la gracia; a los jesuitas se les llamaba pelagianos, al favorecer más bien el esfuerzo del hombre. Hubo de intervenir el papa Clemente VIII (1592-1505), reclamando para sí la controversia, con la famosa Congregación sobre los Auxilios, pero murió sin haber resuelto nada. El papa Paulo V (1505-1621) tomó como suya la controversia, pero, al no tratarse de ningún error dogmático, sino de opinión sobre la explicación de cómo actúan la gracia y la libertad, no se inclinó sobre ninguno de los dos bandos, y lo mismo el tomismo de los dominicos como el molinismo de los jesuitas pueden tomarse como opinión de escuela.
Sin embargo, aunque ni uno ni otro tengan que ver nada con el jansenismo que se iba a echar encima, ya se ve que los jansenistas se inclinarán más por el tomismo de los dominicos que por el molinismo de los jesuitas, a los que van a odiar a muerte.
Después de este paréntesis ─del que no podíamos prescindir en la Historia─, miramos ya el jansenismo. Había muerto Bayo, pero en Lovaina, imbuida en gran parte por sus ideas, estudió el joven Cornelio Janssens (latinizado Jansenius), holandés, que trabó amistad especial con un antiguo discípulo de Bayo. Su temperamento dirá mucho con la doctrina que enseñará después: seco, duro, frío, obstinado, tímido pero que no admitía resistencia u oposición. Se trasladó a la Sorbona de París, y con su amigo Duvergier ─que después se llamará Saint-Cyran, español vasco nacido en Bayona─ tramaron en la célebre Universidad reformar la Iglesia limpiándola del filosofismo de Aristóteles y volviéndola a la seriedad de los primeros siglos. De momento, ambos soñadores se dedicaron por varios años al estudio, y al fin nació la secta herética del Jansenismo, cuya doctrina se encierra en el libro “Augustinus” de Jansenio, que se gloriaba de haber leído entero diez veces a San Agustín y treinta veces los escritos sobre la gracia y el pelagianismo. ¿Quién mejor que él podía conocer a San Agustín? Sólo, que lo leía con sus propios ojos, no con los de la Iglesia…
Las Universidades, Obispos y Papas, y los teólogos jesuitas de modo especial, captaron inmediatamente los errores de la nueva doctrina, aunque los autores aparentaban fidelidad a la Iglesia. Esos errores, compendiados en cinco por la comisión de teólogos establecida por el Papa Inocencio X, fueron condenados como heréticos en 1653. Nosotros, para entendernos, podríamos resumir la doctrina jansenista en unas líneas muy generales.
– Por el pecado original, el hombre perdió de tal manera la libertad, que está arrastrado irremisiblemente por el gusto hacia el bien o hacia lo mal, y como no tiene libertad, hace forzosamente el bien o el mal según le atraiga su propio gusto por lo bueno o por lo malo, sin que la gracia de Dios pueda hacer nada, porque Dios ya ha destinado a cada uno o a la gloria o al infierno; se condena uno necesariamente y se saalva necesariamente también; entonces, Cristo no murió por todos, sino sólo por los predestinados a la gloria.
– Como una consecuencia, se creaba un pesimismo terrible en la vida cristiana. Había que ser totalmente impecables, con gusto sólo por las cosas celestiales; pues, si vencía en uno el gusto por algo malo, pecaba necesariamente y se condenaba. Aun así, los que se salvaban, era por seguir sus gustos e inclinaciones buenas, no por la gracia de Dios.
Los jansenistas eran Lutero y Calvino con un simple barniz católico.
Podemos imaginarnos la lucha que le esperaba a la Iglesia durante dos siglos, especialmente las consecuencias en la recepción de los Sacramentos, sobre todo la Comunión, porque para recibirlos se necesitaba pureza poco menos que de ángeles; esta lucha no cesará del todo hasta San Pío X, a principios del que ha sido nuestro siglo XX. Es imposible resumir en pocas líneas la historia del jansenismo. Citemos sólo algunos nombres y hechos.
Jansenio, obispo de Yprés, Bélgica, moría en 1638, al parecer piadosamente y sumiso a la Iglesia, pero hay sospechas sobre la sinceridad de su espíritu y su bello testamento.
Saint-Cyran, llevó hasta el final la lucha de su amigo; capellán de Port-Royal, tanto de los monasterios de hombres como de mujeres, presentado en la corte del rey como “el mayor santo y el más sabio doctor de los tiempos modernos”, siguió escribiendo y divulgando sus errores, porque “el emperador debe morir de pie”. Y moría en 1643, de repente, sin tan siquiera poder recibir los Sacramentos.
Antonio Arnauld, el gran teólogo jansenista durante cincuenta años, formado por Saint-Cyran, y que causó un mal terrible con su libro De la frecuente comunión. Al parecer quería infundir respeto a la Comunión, pero San Vicente de Paúl escribió: “Por un centenar que quizá se han aprovechado de él en París, hay por lo menos diez mil a los que ha perjudicado en absoluto”. Arnauld murió en 1694, y dejaba como jefe del jansenismo a su gran amigo Quesnel, que con su libro “Reflexiones morales”, condenado por el Papa, hizo el mismo mal que sus anteriores amigos, y se ganó más todavía al Parlamento, adicto al galicanismo y siempre antirromano.
Port-Royal. El célebre monasterio de las monjas jansenistas en París, bajo el mando de la famosa Madre Angélica, célebre en la historia del jansenismo, donde las más de setenta religiosas vivieron la nueva doctrina con una perfección tal que deslumbraba. Sólo que al tener que visitarlas el gran Fenelón hizo de ellas este terrible diagnóstico: “Puras como ángeles y soberbias como demonios”.
Blas Pascal. Sí, aunque parezca mentira, al gran Pascal le debe el jansenismo su enorme difusión por toda Francia y más allá de sus fronteras. El Pascal de los “Pensamientos”, uno de los mejores libros de la literatura universal y que más han influido en la Iglesia ─escrito dos años antes de que muriera su autor─, fue también el autor de las cartas llamadas “Provinciales”, es decir, dirigidas a gentes sencillas del pueblo, que entendieran bien la doctrina jansenista, bellas literariamente y leídas con pasión en todas partes. En ellas reina un odio inexplicable a los JESUITAS, calumniados, maltratados y ridiculizados de mil maneras. Pascal fue quien a base de chistes contra los jesuitas, enseñará la mejor arma que los Ilustrados esgrimirán en el siglo siguiente contra toda la Iglesia. ¿Y por qué?… El jansenismo encontrará en la Compañía de Jesús al enemigo más grande. Por sus teólogos, ante todo. No podían con ellos. Eran de una sabiduría que los arrollaba. Y de una ejemplaridad de costumbres y una santidad que estaba a la vista de todos, con una moral benigna en el confesonario, opuesta diametralmente al rigorismo de los jansenistas. Y Pascal, jansenista convencido, no los perdonó. Por más que los jesuitas, ante el mal que hacía con ello a la Iglesia, salieron en propia defensa con escritos muy inteligentes, y Pascal hubo de ponerse a la defensiva en las últimas Provinciales. Pascal murió en 1662 a sus 39 de edad. Recibió muy devotamente los Sacramentos. Pero, ¿dejó sus ideas jansenistas? Parece que no…
San Medardo, con su convulsionismo, fue una patraña del jansenismo. Ese cementerio, con el sepulcro de Francisco de París (+1727), al que le dieron fama de santo y ante el que se realizaban muchos “milagros”, se convirtió en escenario de escenas devotas, farsantes y cómicas a la vez, con tantos éxtasis, histerismo y acciones extravagantes. Disueltos por la policía y condenados por el Arzobispo, el jansenismo recibió un golpe muy duro.
¿Cómo el jansenismo prendió tan fuerte en toda Francia? Sus fautores emplearon la estrategia de ganarse a gente importante. En especial a damas de la alta sociedad. Aparte de aparentar una piedad formal, aunque la conducta después fuera vana y sin sentido cristiano. El caso es que rozaban todos la herejía; con capa de puritanismo, apartaban de los Sacramentos; combatían a los jesuitas y a cuantos sacerdotes podían llevarlos seriamente a Dios. Movimiento protestantizante, causó por largo tiempo muchos males en las almas.