MEDITACIÓN DEL DÍA:
Carta al Nuncio Apostólico, 12 de agosto de 1849; EC I, p. 304s
El párrafo es de la carta dirigida por Claret al Nuncio tras recibir, el 11 de agosto de 1849, su inesperado nombramiento para Arzobispo de Santiago de Cuba. Es un hermoso testimonio de tres cualidades: sencillez, manifestada en la aversión a desempeñar cargos de importancia o lucir distinciones y dignidades; humildad, al reconocer con simplicidad que no está capacitado para cargar de tal responsabilidad; y disponibilidad misionera, pues prefiere trabajar enviado por otros, incluso en Cuba mismo, por algún tiempo, y con compañeros.
Claret teme que tal nombramiento frustre sus planes de misionero itinerante. En aquellos días, como en estos, muchos sacerdotes o responsables de pastoral desean “promoción”, a una parroquia mejor, a una posición más lucida, causando a veces divisiones en diócesis y parroquias, envidias, manipulaciones… Con cuánta frecuencia –quizá más en tiempos pasados- se busca el beneficio más que el servicio u “oficio”.
Cuando un misionero o agente de pastoral entiende su función como una posición de poder, deja de servir al pueblo al que ha sido enviado, y, por tanto, también al Jesús que le envía. Es preciso mantener viva la conciencia de ser servidor que ha ofrecido del todo su vida como un sacrificio a favor del pueblo de Dios. Quien así lo reconoce mantendrá la actitud de siervo humilde.
Hoy en día sólo quienes sirven a los otros en espíritu de amor, humildad y sacrificio son dignos de crédito; sólo ellos se ganan los corazones de las gentes, y no quienes se aferran a una actividad por vera como posibilidad de ejercer poder. La itinerancia, que Claret prefiere a la estabilidad, es otro medio de atraer a las gentes: es la actitud de quien sale al encuentro del otro, gasta con él su tiempo, le acoge y acepta… ¡hermosa transparencia de las actitudes de Jesús! Claret nos las hace hoy especialmente presentes.