109. América, un nuevo mundo Católico (II)

109. América, un nuevo mundo Católico (II)

Seguiremos en lo posible la cronología, pero con cierta libertad. Entramos ahora en la evangelización suramericana.

 

Venezuela abre este capítulo misionero, pues ya en 1514 llegaban los primeros dominicos con lo que se ha llamado un “intento revolucionario”, como era el evangelizar “igual que los Apóstoles”, prescindiendo en absoluto de los conquistadores colonizadores. Lo aprobó el rey Don Fernando el Católico y costeó la empresa con 300.000 maravedises, de modo que los dominicos se establecieron aquel mismo año en Santa Fe. La misión no resultó, pues los indios arrasaron el convento y en 1523 se marchaba su iniciador el Padre Bartolomé de las Casas, fracasado con esta “colonización pacífica”. Llegaron en 1519 los franciscanos italianos, de la Picardía, con diferente método, y en 1519 ya tenían dos centros misionales y un colegio con más de cuarenta internos, hijos de los indios principales, pero fracasaron igual que los dominicos y hubieron de marchar en 1524. Viene un nota dolorosa: el rey Carlos V contrató en 1529 a colonizadores alemanes, los Walzer de Augsburgo, y en los dieciocho años que gobernaron desde los tres fuertes y dos ciudades que fundaron, se despoblaron seriamente los indios, exterminados por esos conquistadores, tan diferentes de los españoles… La Evangelización de Venezuela resultó lenta y difícil. En 1531 se establecía la primera diócesis de Coro, que, como sede primada, no se pasó a Caracas hasta el año 1637 cuando el rey Felipe IV erigió la catedral.

 

Colombia, llamada en un principio Nueva Granada, recibía en 1519 al primer misionero, el dominico Padre Reginaldo Pedraza, al que siguieron otros dominicos en gran número. Pronto estaban junto a ellos los franciscanos. En 1531 conseguían erigir la diócesis de Santa Marta, donde estaban ya los mercedarios desde 1527, y poco después la de Cartagena, centro capital de toda la evangelización. En 1536 se fundaba Santa Fe de Bogotá. En 1553 llegaban los agustinos, y en 1589 los jesuitas. Más tarde vendrán los capuchinos, y para fundar un gran Hospital en Cartagena venían en 1596 los Hermanos de San Juan de Dios. Cuando los conquistadores ─todos ellos católicos convencidos─, no contaban con misioneros, encargaban la evangelización e instrucción de los indios a catequistas, porque hacer cristianos era para ellos tan importante o más que dominar nuevas tierras. Así por ejemplo, González Suárez de Rendón, el fundador de Tunja, asegura: -Yo mismo y mis mayordomos, por falta de sacerdotes, enseñamos el catecismo a los indígenas. Todos estos misioneros hicieron de Nueva Granada una Iglesia espléndida, tan extensa territorialmente, pues llegaba hasta Popayán en el suroeste.

Y ahora, para nosotros, el apuro de siempre: ¿a quienes nombramos como los más distinguidos entre tantos misioneros? Nos fijamos sólo en dos, por estar ambos canonizados.

San Luis Beltrán, dominico, de Valencia, es rebelde y aventurero por naturaleza. Formador de jóvenes religiosos, llega a su convento un indio de Colombia, con el que trata mucha amistad, y el chico le insiste: -Allí en mi tierra hay muchos indios como yo, pero no conocen a Cristo. Si usted fuera, muchos se harían cristianos. Y Luis, a sus Superiores: -Padre Prior, yo me voy a América. Quiero ser misionero y mártir. -¡Usted no se va! -¡Yo me voy! ¡Permítamelo!… Y los Superiores ceden. Los siete años en Colombia serán una sarta de aventuras. Siempre metido en el peligro, le envenenan por dos veces y cura milagrosamente. Otras cuatro veces están a punto de matarlo. Convierte a la fe a miles de indios. En fin, un gran apóstol en Colombia, y ahora les hace dudar a los Superiores: -¿Está el Padre Luis en su puesto? Tan gran educador como era de jóvenes, ¿no será mejor que regrese a España y forme allí a muchos misioneros para América?… Total, que Luis regresa a España, al mismo convento de Valencia que antes, donde en varios años irá configurando a muchos jóvenes dominicos para las misiones extranjeras. Morirá en 1581, bajo la bendición que le imparte el Arzobispo San Juan de Ribera.

San Pedro Claver, jesuita, es el otro gran apóstol de Colombia, del cual dirá un día el gran Papa León XIII: La vida que más me ha impresionado después de la de Cristo es la de Pedro Claver. Catalán, hace su noviciado en el Colegio Sión de Mallorca, donde está como Hermano Coadjutor San Alonso Rodríguez, que le dice un día al joven novicio: ¡Ay, Pedro! Cuántos están ociosos en Europa mientras en América les esperan tantas almas! Vete, que allí está tu misión. Pedro le escucha, aunque para entonces había ya escrito en sus apuntes privados: “Quiero pasar toda mi vida trabajando por las almas, salvarlas y morir por ellas”. Los Superiores lo mandan a Colombia ─cuando aún no era sacerdote, sino simple estudiante─, y durante treinta y nueve años en Cartagena de Indias no sabrá Pedro Claver lo que es un día de descanso, entregado de lleno a un apostolado durísimo. Allí llegan todas las embarcaciones que traen vergonzosamente desde África a miles de esclavos negros, los que poblarán después todas las costas atlánticas de América. Pedro Claver se entrega a ellos en cuerpo y alma entre dificultades enormes, fiel al voto hecho a Dios y que se ha hecho célebre: Pedro Claver, esclavo para siempre de los esclavos negros. Dicen que llegó a bautizar a más de 300.000. Morirá en 1654, seis años después en que dejamos por concluida la Edad Nueva de la Historia de la Iglesia.

 

Perú se nos presenta como una visión de gloria. El franciscano Padre Marcos de Niza acompañaba a Pizarro en su primer viaje de inspección el año 1527, a la que siguió entre otras expediciones la de los “Doce Apóstoles” franciscanos, como aquellos de México, y pronto formarán una provincia con casas en Lima, Trujillo y en los principales centros de la región. Como siempre, junto con los franciscanos vienen los dominicos, la primera con seis misioneros bajo la dirección del Padre Reginaldo Pedraza, aquel que vimos llegar a Colombia; en 1537 creaban la primera diócesis en Cuzco; en 1541 se establecían en Lima, y en 1565 ya eran en Perú más de cien. Perú se convertía en un feudo de los beneméritos hijos de Santo Domingo, bendecidos con santos extraordinarios. Vendrán, como siempre, los mercedarios; y seguirían los jesuitas mandados en el 1567 por San Francisco de Borja a instancias del rey Felipe II, el cual le urgió al santo General mandara una nueva expedición con otros doce que acompañasen al virrey Francisco de Toledo.

 

Santo Toribio de Mogrovejo será la figura máxima de aquellos misioneros intrépidos. Profesor insigne en Sevilla, un día le ordena Felipe II: -¿Quieres ir a Perú como Arzobispo? -¿Yo? Si ni tan siquiera soy sacerdote. Se hubo de ordenar, ser consagrado obispo y marchar a Lima, prácticamente la capital de todas las tierras descubiertas, con Universidad, Cabildo de la Catedral, hospitales y el puerto del Callao. Toribio recorrerá sus inmensos territorios con grandes dificultades ─dicen, estudiadas hoy sus notas, que hasta cuarenta mil kilómetros y que confirmó a más de ochocientas mil personas─, entre éstas a aquélla: -¿Sólo han traído a dos niños y a esta niñita para confirmar? Toribio celebró el sacramento con toda solemnidad, como si fueran una multitud, y pidió a Dios que la gracia del Espíritu Santo se derramara abundante especialmente aquel día. La niñita será un día Santa Rosa de Lima… Toribio fue célebre por la organización de la Iglesia: celebró sínodos y la dotó de leyes sapientísimas. Murió el Jueves Santo de 1606 en un pueblo indígena. Sencillamente, un Pastor de excepción.

Santa Rosa de Lima. Acabamos de citar a la flor más galana que brotó en aquellas tierras benditas. Joven laica, Terciaria Dominica, sin salir de su casa se dio a penitencias austerísimas y llegó a las alturas más elevadas de la mística. ¿Quién no la quiere?… Con ella, otro dominico, Hermano lego, San Martín de Porres, queridísimo también por todos, el mulato hijo de un hidalgo español con una negra panameña a la que flirteaba… Y por si los dominicos no tuvieran bastante en Lima y en el mismo convento, otro Hermano lego, San Juan Macías, con las mismas características encantadoras de piedad, humildad y caridad con los pobres que su hermano Martín. Tres Santos de aquellos años, que hoy se veneran en la misma capilla de la Iglesia de Santo Domingo en Lima. 

 

Ecuador debe colocarse en este mismo tiempo, nacida su Iglesia de los misioneros de Colombia y de Perú. Fundada la ciudad en 1535, allí iban con los primeros conquistadores tres clérigos bajo la guía del Padre dominico Gaspar de Carvajal, como Vicario general, y pronto se les unían los franciscanos. Eclesiásticamente dependían de Cuzco en Perú, pero, ya se ve, esto no podía ser: distancias enormes y, por medio, la cordillera de los Andes con montañas altísimas. El Papa Pablo III, a ruegos del rey Carlos V, erigía en 1546 la sede episcopal de Quito. Como en todas partes, una vez llegaron los misioneros de siempre: dominicos, franciscanos, mercedarios, y la evangelización se extendió veloz. A finales del siglo, se concentraban en Quito más de mil eclesiásticos entre sacerdotes, estudiantes y religiosos legos, aparte de las muchas religiosas, todas de clausura, como  concepcionistas, clarisas, dominicas…

Santa Mariana de Jesús Paredes se nos lleva todo el cariño. El 30 de Noviembre de 1946, la Asamblea Constituyente de la República la declaraba Heroína de la Patria. ¿Por qué?… En 1645 los temblores eran continuos. Además, se echó encima la epidemia. Las calamidades eran continuas. Y Mariana, joven de 26 años, va a la iglesia, se arrodilla ante el Crucifijo, y reza: Dios mío, en reparación de tantos pecados que nos atraen tu justicia, y para alivio de los males que están desolando nuestra Patria, te ofrezco, junto con el de Jesús, el sacrificio de mi vida. ¿Sabrá esta criatura lo que ha dicho? En el mismo instante, cesan los temblores, se acaba la epidemia, no muere por ella ni uno más, y viene el bienestar de la Patria. Pero Marianita, como todos la llaman, se siente de repente mal, no puede ni moverse, la tienen que llevar a casa, queda inmóvil con grandes dolores, y muere al cabo de dos meses consumida por terrible enfermedad. Sólo su director espiritual sabía el secreto. Conocido, todos la llamamos desde entonces La Flor de Quito.