Fueron muchos, sobre todo en Inglaterra. Nos vemos obligados a espigar solamente algunos, sin orden cronológico o territorial, canonizados o sólo beatificados.
Los Mártires de Gorkun, en Holanda, víctimas de los calvinistas, fueron diecinueve, once Franciscanos al frente de los cuales iba el Guardián del Convento, el Padre Nicolás Pieck, con otros religiosos premostratenses, dominicos, agustinos y sacerdotes seculares. El destacamento “armada de los piratas” se apodera de ellos, y medio desnudos los llevan procesionalmente, en desfile burlesco celebrado por la multitud, a la plaza de Briel donde les ordenan: -¡A cantar todos las letanías de la Virgen!… Y ellos las cantan con todo el entusiasmo y devoción. El almirante les ofrece la libertad con tal que renieguen de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía y no reconozcan la supremacía del Papa. Inútil. Ninguno apostata de la fe católica. Llevados a un monasterio de las cercanías abandonado, y metidos en un salón del que penden dos argollas, los cuelgan a todos, unos mueren ahorcados, otros suspendidos entre horribles tormentos, algunos despedazados. Era el 9 de Julio de 1572. Sacados los cadáveres de las dos zanjas donde yacían, fueron trasladados a la Iglesia de los Franciscanos de Bruselas en la cual son venerados como Santos canonizados.
Los Mártires de Kosice en Eslovaquia, San Marco Krizevcanin y los jesuitas Melchor e Istvan. Víctimas también de los calvinistas, que se echan sobre la ciudad Kosice. Marcos, canónigo de la catedral de Esztergon, marcha a la casa de sus amigos los jesuitas. El comandante Racoczy se apodera de los tres sacerdotes. Era en Septiembre de 1619. Primeramente, los tres quedan confinados en sus habitaciones, con centinelas a la puerta. El predicador calvinista Alvinczy va a llevar la batuta en toda la aventura martirial. Manda no darles nada de comer, y cuando ya están muertos de hambre los tres, manda les lleven carne precisamente en viernes. Los tres sacerdotes saben que en caso grave no les obliga semejante ley: -¡Pero no daremos ocasión a que digan que hemos fallado a la ley de la Iglesia Católica con comer carne en día de abstinencia!… Como siempre, los verdugos quieren apóstatas antes que mártires. Pero el Padre István: “Parece que el comandante quiere hacer el papel del demonio. Dígale usted que puede ahorrarse el trabajo de inducirnos a dejar la fe católica. Está perdiendo el tiempo inútilmente”. Y se inicia el diálogo: -¿Por qué nos van a matar? -Porque ustedes son católicos papistas. -Si ése es nuestro delito, sabemos que moriremos por la fe. -Van a morir ustedes ahora mismo. Porque, o confiesan la fe calvinista o se acaba de una vez todo. -Nadie podrá quitarnos del corazón ni de la boca la fe católica… Al Padre Istvan le parecía que vacilaba Marcos, pero éste contestó firme: -No tengas miedo. Jamás traicionaré mi fe. Prefiero morir… Los esbirros lo queman con antorchas, le cortan la cabeza, lo arrojan en un pozo, y con él a los otros dos. Al cabo de veinte horas, el P. Istvan todavía respiraba e iba repitiendo: Jesús, María, Jesús, María…
Los Mártires Ingleses. Después de la protomártir Isabel Barton, monja benedictina, de San Juan Fisher y Santo Thomás Moro, los martirios se sucedieron sin cesar, durante los reinados de Enrique VIII, Isabel I y Jacobo I, hasta sobrepasar con mucho las mil víctimas. No se explica cómo los ingleses, gente sabia, no se contentaban con ahorcarlos en la Torre de Londres, sino que muchos eran sometidos a increíbles tormentos. No todos han sido beatificados y canonizados por la Iglesia, pero son impresionantes los grupos de los reconocidos para los altares. Y los que figuran en esos grupos no murieron todos juntos, sino en diferentes lugares y fechas, aunque la Iglesia al glorificarlos los juntara en grupos según los diversos procesos. Como los nueve Beatos del grupo del abad Hugo Ferington, cinco benedictinos, tres dominicos y un seglar, ejecutados todos en 1539… Siguen después los ochenta y cinco Beatos del grupo de Jorge Haydock, sacerdotes, religiosos, seglares, entre los años 1557 a 1584… El que encabeza Thomas Hemerford consta de ciento siete Beatos, también de sacerdotes, religiosos y seglares, martirizados en fechas y lugares muy distintos… Igualmente, los treinta y nueve Santos que encabeza Cuthberto Mayne, entre los cuales sobresale tanto el jesuita Campion.
Ante Dios y la Iglesia todos son iguales, pero no estará de más que digamos alguna palabra sobre Edmundo Campion. Brillante alumno y después joven profesor de Oxford, la reina Isabel queda prendado de él en una visita a la Universidad. Pero…, llega a apostatar de la fe, es ordenado de diácono por el obispo anglicano de Gloucester, no puede con sus remordimientos ─“como si me hubieran marcado con el signo de la bestia”─, se confiesa con un sacerdote católico renegando de la herejía, logra salir de Inglaterra, pasa nueve años en el Continente, en el seminario inglés de Douai en Francia recibe las órdenes menores con el subdiaconado, se dirige vestido de peregrino y a pie a Roma el año 1573, pide entrar en la Compañía de Jesús en la que es admitido, es destinado a Austria y Bohemia donde recibe el sacerdocio, y, en una aventura sin igual y en el máximo incógnito, entra de nuevo en Inglaterra donde ocultamente desarrolla un apostolado inimaginable, hasta convertir a muchos miles ─dicen que 100.000 en un año─ que, como él antes, habían apostatado de la fe. Escribe de corrido el libro “Diez razones por las cuales Edmundo Campion S.J. se ofreció a disputar con sus adversarios”, libro que pasa de mano en mano, es dejado ante las puertas de las casas o abandonado en sitios públicos, y los anglicanos buscan y rebuscan por todas partes a aquel jesuita bandido al que no hay manera de encontrar. Hasta que es traicionado por un Judas que se ha metido en una Misa clandestina. Con una escolta de 200 soldados, es llevado entre burlas infamantes de la multitud a la Torre de Londres.
Ya en la prisión, recibe un día de improviso la visita de la reina Isabel, a la que saluda caballerosamente con una inclinación, y ella le interroga astuta:
-¿Me reconoce como a su legítima soberana?
-Si, Majestad.
-¿Cree que el obispo de Roma tiene poder para deponerme?
-No me toca erigirme en juez en una cuestión de pareceres opuestos. Yo quiero dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios…
Por voluntad expresa de la reina, no se supo nada más de aquella conversación.
Y llegó el 1 de Diciembre de 1581. Arrastrado por las calles de Londres a la cola de los caballos, llegan a Tyburn donde se levanta la horca. “Si ser católico es ser traidor, me confieso tal. Pero si no, pongo por testigo a Dios, ante cuyo tribunal voy ahora a presentarme, que en nada he ofendido a la reina ni a la patria para merecer la muerte de traidor”. Reza el Padrenuestro y el Avemaría, e invita a los católicos que reciten el Credo mientras él expira en la horca. Tenía cuarenta y un años de edad.
San Juan Ogilvie es otro jesuita célebre. Entra clandestinamente en Escocia en 1613. Apostolado intenso oculto. Traicionado, es metido en prisión. Torturas. Juicios interminables. Y él, ante el dilema de siempre: supremacía del rey sobre el Papa, escribió: “Salvaré mi vida, solamente si puedo salvarla sin ser forzado a perder a Dios. No pudiendo conservar ambas cosas, pierdo voluntariamente el bien menor, por conservar el mayor”. Fue ahorcado en Glasgow el 10 de Marzo de 1610.
Los cuarenta Beatos mártires capitaneados por el Padre Ignacio Azevedo son jóvenes estudiantes jesuitas, además del Padre Diego de Andrade: treinta y dos portugueses y ocho españoles, que en el barco “Santiago” se dirigían como misioneros a Brasil. Salen de las Azores, llegan a las Islas Canarias, y al dejar el puerto les atacan cinco naves corsarias de holandeses calvinistas, que llevaban la consigna de respetar a la tripulación y pasajeros de las naves atacadas, pero sí exterminar a los odiados jesuitas que viajaran como misioneros. Vencido el “Santiago”, estaba echada la suerte de los jóvenes jesuitas. Los calvinistas holandeses y franceses gritaban furiosos: ¡Mueran los perros papistas! ¡A echarlos a todos al mar!… Agarran al Padre Azevedo, lo llevan al mástil mayor mientras él agarra con fuerza un cuadro de la Virgen María, y grita a aquel puñado de jóvenes: “No tengan miedo. Yo voy adelante y los esperaré en el Cielo”. Recibe una cuchillada que se le clava hasta los sesos, lo golpean ferozmente, y agarrado a la Virgen queda el cuadro todo manchado de sangre martirial. Se acerca el Padre Andrade y lo abraza fuertemente. Los dos son llevados junto al timón, y arrojados al mar. Después de ellos, todos aquellos muchachos magníficos… Era el 15 de Julio de 1570. Caso bello por demás.
San Fidel de Sigmaringa nos va a cerrar esta lista gloriosa que podría alargarse mucho más. “Me llamaba Marcos, pero yo me puse al tomar el hábito de capuchino el nombre de Fidel porque me dice el premio de los que perseveran”. Abogado competente, dejó su herencia repartida en dos: una para los pobres, y la otra para el arzobispo con el fin de emplearla en la formación de los seminaristas pobres. Religioso y sacerdote, exclamaba convencido: “¡Ay de mí, pobre soldado de un Capitán coronado de espinas!”… Predicador ardiente, convertía a muchos herejes, hasta que la recién fundada Congregación de la Propagación de la Fe, para inaugurar su primera misión entre los seguidores de Zuinglio, lo mandó a Chur y Grisons con otros ocho capuchinos. Tras un atentado en que erraron el tiro, Fidel se dio cuenta de que su vida estaba puesta a precio, y firmó así su última carta: “Hermano Fidel, que pronto será pasto de los gusanos”. Y cosa bella, un protestante le dio refugio en su casa. –¡Gracias, pero no acepto! Te pondría en peligro a ti… Le sigue un pelotón, y le exigen que reniegue de la fe católica. -“He venido para dar testimonio de la verdad, y no para abrazar vuestros errores”. Allí mismo, a puñaladas, moría en 1622 el protomártir de la Congregación de las Misiones fundada por el papa Gregorio XV.
No deja de llamar la atención el que los luteranos alemanes no causaron mártires. Alemania se hizo protestante sin persecuciones sangrientas. Fue cuestión de ideas y de luchas políticas con el emperador Carlos V y de los otros que le sucedieron. Los príncipes imponían su religión sin matar a nadie. Mientras que en Inglaterra los anglicanos, y los calvinistas suizos enclavados en Francia y Holanda, mancharon en abundancia sus manos con sangre católica.