La paz de Westfalia en 1648 señalará el final de la Edad Nueva, un siglo en redondo desde la muerte de Lutero e inicio del Concilio de Trento en 1546.¿Cómo actuaron los Papas a partir de Trento? ¿Siguieron la línea de San Pío V?
Gregorio XIII (1572-1585), rompe la marcha de una manera que vienen ganas de llamarla triunfal. ¡Hay que ver las obras que realizó! Con la juventud que había llevado ─llegó a tener un hijo natural─, nadie hubiera sospechado lo ejemplar que fue después, una vez convertido gracias a la labor de San Carlos Borromeo sobre su alma. Elegido Papa, no perdió un día en seguir la reforma iniciada por San Pío V conforme en todo a Trento.
Su primer cuidado y obsesión fueron los Colegios establecidos en Roma y otros que iba a fundar: era cuestión de empezar por tener buenos sacerdotes que llevaran a toda la Iglesia la mejor formación recibida junto al mismo Papa. Empezó con sumo acierto por el Colegio Romano fundado por San Ignacio de Loyola. Lo dotó de veinte salones para clases y con más de trescientas cincuenta habitaciones. Ese Colegio por el que desfilaron toda una legión de jesuitas eminentes por su saber y por su santidad. Baste decir que su Iglesia adjunta contiene el sepulcro de tres Santos de esos mismos días: los estudiantes Luis Gonzaga, Juan Berchmans y el Cardenal y Doctor de la Iglesia San Roberto Belarmino. El Colegio se convertirá en la Universidad Gregoriana ─por el mismo Papa Gregorio─, de la cual salieron hasta nuestros días varios centenares (cuatro al menos) de obispos y arzobispos, varias decenas de cardenales, 13 de los cuales han llegado a Papas. Y a la vez que el Colegio Romano, Gregorio daba nueva forma al Colegio Germánico y Húngaro, iniciado por el mismo San Ignacio, y el Colegio Inglés, con el mismo fin de los anteriores: formar sacerdotes que llevarían la fe católica a aquellos sus países caídos en gran parte bajo el protestantismo.
La reforma de la Iglesia la promovió sobre todo protegiendo y amparando a las Órdenes que estaban volviendo a su primitivo estado de fervor religioso. Y entre sus obras más notables está el haber corregido el Calendario, que llevaba al menos diez días de retraso con la realidad del tiempo ─por eso se llama reforma gregoriana─, que hizo saltar del 5 al 15 de Octubre de 1582 sin contarse los días intermedios. Fue también Gregorio XV quien estableció con carácter fijo las Nunciaturas con carácter diplomático en las naciones amigas. Fue lástima que en el plano político fuera mal informado y tomase resoluciones equivocadas, sin culpa suya, como en el hecho triste de la Noche de San Bartolomé (lección 99), que le causó honda pena al saber la verdad, pues lo había hecho celebrar en Roma como un gran triunfo de la fe católica cuando fue un desastre civil de la casa real de Francia. En fin, un gran Papa este Gregorio XV que dejó en la Iglesia recuerdo imperecedero.
Sixto V (1585-1590), franciscano de origen humilde, pero muy impuesto en doctrina y muy virtuoso, es otro Papa que realizó proezas en sólo cinco años. Se empeñó en embellecer Roma, y hay que decir que lo hizo bien. Proveyó de agua abundante a la Ciudad; construyó junto al puente Sixto un gran hospital capaz de acoger a dos mil enfermos pobres; y en el Vaticano terminó la cúpula de Miguel Ángel, trasladó el célebre obelisco de cuarenta metros de altura al centro de la plaza, lo cual fue una aventura.
Los Estados Pontificios estaban infestados de bandoleros que sembraban la inquietud a todos, y con mano enérgica implantó en ellos la paz interna.
En cuanto a la Curia, la restauró desde los cimientos. Fijó el número de los cardenales en setenta a lo más, número que se conservó hasta nuestros días, rebasado por primera vez por Juan XXIII (1958-1963). A los mismos cardenales, muy bien escogidos, les dictó severas normas de conducta. Creó nueve Congregaciones ─”ministerios” los llamaríamos nosotros─, para el gobierno de la Iglesia.
Políticamente, se inclinaba por España, la primera potencia entonces con Felipe II y totalmente católica, pero amaba y quería a Francia, a la que los calvinistas o hugonotes le habían arrebatado una gran parte de fieles. Y miró con gran simpatía a Polonia, que con su héroe Esteban Báthory era un frente cerrado contra los turcos.
En definitiva, Sixto V un gran Papa, humilde, enérgico, emprendedor. Le van a seguir tres Papas de los que sólo traemos los nombres, pues Dios se los llevaba al Cielo después de cortísimos pontificados: Urbano VII, Gregorio XIV e Inocencio IX. Y dejaremos después a León XI (1621), cuyo pontificado no llegó a un mes.
Clemente VIII (1592-1605). Buen Papa, muy piadoso y austero. Celebró el Año Santo del 1.600 con una afluencia tan enorme de Peregrinos que se calcularon en unos tres millones. La obra más destacada de Clemente VIII fue la publicación de la Biblia oficial de la Iglesia, la Vulgata, totalmente puesta al día, y llamada por eso hasta hoy la Biblia Clementina. Su punto débil o muy discutible fue la política, siempre contra España por considerarla muy fuerte, y la quiso equilibrar con Francia, la otra gran nación. Por eso se puso contra Felipe II y con su aliada la Liga católica francesa, y se colocó al lado de Enrique IV de Navarra (lección 96), cuya conversión se esperaba, y que fue efectivamente rey de Francia. Aunque fue Clemente quien concertó una paz benéfica entre Francia y España, mientras el catolicismo se iba consolidando más en Europa al atajar el avance protestante.
Paulo V (1605-1621). Sigue con él robusteciéndose el catolicismo en Alemania y Francia. En cuanto a la reforma, se pone firme ante los cardenales obispos: o cada uno reside en su diócesis o la debe dejar previa renuncia. Políticamente, tiene un gravísimo enfrentamiento con Venecia, que se envalentona contra el Papa, encarcela a dos eclesiásticos y publica leyes contrarias al Pontificado. Todos obedecen, menos los jesuitas, capuchinos y teatinos, que fueron violentamente expulsados de la Serenísima. Tercos el Dux y la República, les caen excomuniones y el entredicho. El Papa no tenía por qué tener miedo. La situación se hace insostenible, y Enrique IV de Francia interviene entre las dos partes, que se reconcilian y vuelve la paz.
Paulo, gran constructor también, se impone para dejar definitivamente el templo de San Pedro en forma de cruz latina, con mucha más capacidad para asistentes, y hace construir a Maderna la fachada de la basílica de San Pedro. Magnífica, robusta, aunque deshace la visón de la cúpula de Miguel Ángel, pero admirada por todos como gran obra de arte barroca.
Gregorio XV (1621-1623) Pontificado muy breve, pero muy fecundo. Este Papa instituyó la Congregación de Propaganda fide, como el “ministerio” para todo lo relacionado con las Misiones. Y fue muy notable la canonización que realizó el 12 de Marzo de 1622 de Francisco Javier, Ignacio de Loyola, Felipe Neri, Isidro Labrador y Teresa de Jesús. La Iglesia quedó grandemente glorificada por la exaltación de estos tan insignes Santos.
Urbano VIII (1623-1644). Un pontificado lleno de grandes obras, aunque con muchas sombras también, como su nefasto nepotismo, que parecía eliminado para siempre del pontificado. Urbano era un hombre de muchas cualidades, pero de temperamento muy apasionado. Su fracaso mayor fue el favoritismo que prestó a Francia en la Guerra de los treinta años contra España y los Habsburgo, porque con ello favoreció a las armas protestantes cuando los católicos se estaban fortaleciendo cada vez más; eso llevó a la firma fatal de la Paz de Westfalia, tan perniciosa para la Iglesia Católica (lección 99, y pág. 351). No era esa la intención del Papa, pero fue de una influencia decisiva un hecho tan desagradable.
Fue doloroso en este pontificado el caso de Galileo (lección 107), aunque la responsabilidad de su condenación no cayera precisamente sobre el Papa, pero cedió en su desprestigio. Hemos empezado con esto por el final del pontificado de Urbano VIII. Dejémoslo.
El Papa desarrolló una actividad muy laudable en las letras y las artes. Su obra externa más llamativa fue el hacer construir a Bernini el admirado baldaquino con cuatro columnas de bronce de treinta metros de altura sobre el altar de San Pedro, aunque para ello despojó el bronce del techo del Panteón, cosa que no se le perdonó fácilmente, y también la llamada Gloria de Bernini en el fondo de la basílica, con ese Espíritu Santo que embelesa.
En el plano religioso, a Urbano VIII se debe el Colegio Urbano, sede del seminario para las vocaciones que acudían a Propaganda fide para las Misiones, Colegio convertido después en la meritísima Universidad Urbaniana, formadora de tantos misioneros y misioneras.
Inocencio X (1644-1655). Sin que él interviniera, la Paz de Westfalia se firmó durante su pontificado en 1648. Fue la mayor humillación sufrida por la Iglesia de parte de los protestantes ante la pasividad de todos los Estados católicos. Lo peor de todo en ella: los príncipes podían imponer la propia religión a los súbditos, que la debían aceptar o de lo contrario salir del territorio. Imposible un golpe peor a la conciencia de la persona. La protesta del Papa fue enérgica y contundente. Algo de ello diremos al empezar la Edad Moderna.
Como hemos podido comprobar, todos los Papas desde hacía un siglo fueron renovando la Iglesia poco a poco y con paso firme, sin aceptar el más pequeño error ni condescender con las inmoralidades antiguas. Así seguirán en adelante. Contaron con las Órdenes religiosas reformadas, con otras nuevas y con Santos y Santas que casi llegan a asombrar por su cantidad y, digamos si queremos, por su calidad extraordinaria.