MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 113
Si esa declaración de Claret la valoramos según el uso actual de la Biblia en la Iglesia, nos parecerá que su afición a la lectura de la Biblia era buena pero no extraordinaria, ya que en nuestros días ha crecido mucho la afición a leer y meditar la Biblia. Pero en la Iglesia católica del tiempo de Claret, la Biblia no era muy apreciada ni leída con asiduidad ni siquiera por la mayor parte de los sacerdotes y religiosos. Claret tuvo la suerte de que le inculcaron desde muy joven esa afición; tuvo la suerte, en sus años de seminarista en Vic, de tener como obispo a Mons. Corcuera, que constantemente animaba los futuros sacerdotes a que alimentasen su espiritualidad ante todo con la Palabra de Dios.
Claret se habituó a leer cada día dos capítulos de la Escritura, y cuatro en cuaresma, ayudándose con los mejores comentarios de que se disponía en su tiempo. Esa costumbre lo formó y le hizo apóstol de la Biblia, y fue extraordinaria y muy fecunda esa dedicación de Claret, cuando en la Iglesia se padecía una escasez mortal de Biblia, de Palabra de Dios. Él inculcó esta lectura cotidiana a sus seminaristas de Cuba y del Escorial, y a sus Misioneros; él mismo editó una Biblia, muy económica y con algunas indicaciones prácticas para su mejor comprensión.
Desde hace cincuenta años, a partir de la Constitución Dei Verbum, del Concilio Vaticano II, se activaron mucho las ciencias bíblicas en nuestra Iglesia, y las iniciativas pastorales de lectura de la Biblia se han multiplicado de tal forma en las comunidades cristianas, que hoy está al alcance de todos aficionarse a la Biblia.
En este clima de tan fácil acceso a la Biblia, la extraordinaria afición de Claret nos interpela a cada uno con esta pregunta: ¿Qué es para ti la Biblia, y qué debe llegar a ser en tu vida cotidiana?