Todos sabemos que la Historia, para nosotros, está dividida en dos: antes de Cristo y después de Cristo. Y sabemos también que va a tener una tercera parte final, definitiva, y que podríamos llamar la Historia con Cristo glorioso para siempre.
Antes de Cristo, Dios había dicho:
– Les enviaré un Salvador.
Cuando vino Cristo, el mismo Jesús nos dijo:
– El Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Y ahora, antes morir y de subirse al Cielo, Jesús nos anuncia:
– Volveré. Y todos me verán venir sobre las nubes con gran poder y majestad.
El Evangelio de este Domingo, con el que abrimos el Año Litúrgico o año religioso de la Iglesia, mira precisamente a esa tercera parte: al triunfo definitivo de Jesucristo.
La pedagogía de la Iglesia es muy sabia. Está para nacer Jesús, Niño en Belén, y en vez de señalarnos la cueva y el pesebre, nos hace lanzar la mirada a lo lejos, al fin del tiempo, y nos dice:
– ¿Quieren no tener miedo a aquel Señor y Juez del último día? La cosa es muy sencilla: recíbanlo ahora con amor. Háganse amigos suyos. Entonces, no le tendrán ningún miedo.
Porque Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice cómo va a ser su segunda venida:
– Ocurrirá una catástrofe tal en el mundo, en el cielo, en la tierra y en el mar, que los hombres morirán de espanto y de terror.
Pero como Jesús habla a sus amigos, a nosotros, nos dice:
– No tengan miedo. Eso es para los enemigos. Ustedes, cuando vean llegar estas cosas, alcen su cabeza y miren, porque su salvación está encima. Únicamente, vigilen y oren en todo momento, para que puedan escapar de todo eso que acontecerá y para presentarse tranquilos delante del Juez del mundo.
Para entender este Evangelio nos hemos de dejar de fantasías. Al venir Jesucristo en Belén nos colocamos en el umbral y a las puertas de los tiempos nuevos. La presencia de Jesucristo se desenvuelve en el quehacer de cada día. Y es ahora cuando cada uno decide su encuentro último con Jesucristo. Todo hombre —¡Cuánto más el cristiano, que sabe bien estas cosas!— entiende que están íntimamente unidas tres presencias de Jesucristo:
Ahora, lo tenemos como compañero, como amigo, como líder al que seguimos fieles y felices.
Al acabar nuestra vida, le damos el último Sí, lo escogemos definitivamente, morimos con Él.
Al fin del mundo, no cambiarán nada las cosas. Se manifestará y se confirmará lo que hayamos hecho ahora con Jesucristo, como Jesucristo y por Jesucristo. ¿Lo hemos acogido con amor, hemos vivido como Él nos manda, hemos trabajado por Él, hemos muerto en su gracia? Entonces Jesucristo no será para nosotros el Juez terrible, sino el Salvador que hará aparecer ante todos hombres y ángeles la gloria que cada uno se ha conquistado.
Teniendo presente todo esto, vemos cómo el fin del mundo es para cada uno el fin de su propia vida, y comprendemos bien la monición de Jesús:
– Miren que sus corazones no se emboten con diversiones inútiles, borracheras y afanes de la vida. Que su último día no caiga como un lazo sobre ustedes y queden metidos en la trampa.
Así nos damos cuenta de que el Evangelio de hoy es para todos, y no sólo para los que vivirán al fin del mundo.
Recordamos dos hechos, que están vivos en la memoria de todos.
A la Madre Teresa de Calcuta no le sorprendió su fin aquel 5 de Septiembre, cuando se disponía a ir a la Eucaristía. Pero seis días antes, la noche del 31 de Agosto, la Princesa encantadora pensaba en todo menos en que ya no vería más el sol…
Jesucristo vino casi a la vez por las dos: por la joven Princesa de Inglaterra en el accidente desastroso dentro de la opulenta y bella ciudad de París, y vino igualmente por la ancianita monja con un impensado ataque al corazón dentro de la miseria de un barrio de la India… Pasa el tiempo, y estos dos hechos no se nos van de la memoria, como una lección soberana de Dios.
El encuentro del Señor con cada uno se puede realizar en cualquier parte, en el momento más inesperado y de la manera menos pensada. El caso es que, al toparnos con Jesucristo, le podamos decir sencillamente: -¡Aquí estoy, Señor! Te esperaba….
– “Vigilen y oren!”. Es la única recomendación de Jesús en este día. Recomendación tantas veces repetida en el Evangelio. ¿Por qué lo inculcaría tanto Jesús?…
San Pablo nos añade: -¡Amen, y ámense mucho! Así serán santos e irreprensibles en su vida delante de Dios nuestro Padre, y estarán dispuestos a recibir al Señor Jesucristo cuando venga con todos sus ángeles y santos.
¡Hay que darse cuenta de la visión tan grandiosa que nos ofrece la vida cristiana!
Los astrofísicos pueden estudiar cómo podría acabar el Universo…
Pero sólo Jesucristo nos enseña cómo va a acabar de hecho la Historia del hombre, y con él la renovación de toda la creación.
¡Volverá!
Hoy nos viene Jesús en Belén como robador de corazones. Otro día vendrá definitivamente Jesucristo como Juez de todos, para ser el Rey inmortal de los siglos eternos…
P. Pedro García, cmf.