Hemos leído y oído mil veces la palabra de Jesús transmitida por Mateo:
– Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto.
Lucas nos dice hoy lo mismo, pero dándole un sentido bíblico más exacto y que nos llega mucho más al corazón:
– Sean bondadosos como es bondadoso su Padre.
Hasta vemos más humano lo que nos dice Lucas. Eso de ser perfectos como Dios, lo consideramos algo imposible. Es señalarnos una montaña altísima, más que el Everest, y nos decimos ante ella:
– ¡Uff!… Me es imposible llegar hasta allá arriba. Eso es para más valientes.
Mientras que lo de Lucas parece que está hecho para las almas humildes:
– ¿Amar con el cariño y con la ternura con que ama Dios? ¡Eso sí que lo puedo hacer yo también!…
Si miramos a nuestro alrededor, no nos costará mucho ver que el Evangelio de hoy tiene unas aplicaciones enormes.
Donde no hay más que guerras, egoísmo, injusticia, opresión, dominio de los grandes, impotencia de los pequeños…, es natural que surjan los odios, las ansias de venganza, la rebelión armada… Pero, ¿Qué se consigue con eso?
Lo hemos repetido tantas veces: “la violencia engendra violencia”, y los males, en vez de decrecer, se hacen cada vez más grandes. El remedio resulta mil veces peor que la enfermedad.
Jesucristo, idealista como ninguno, y más realista que nadie, instaura una revolución totalmente distinta a la de la guerrilla de las selvas:
– ¡Ámense todos, no se armen! Con las balas no van a conseguir nada. Si ustedes emplean metralletas, los otros vendrán con aviones supersónicos y con bombas, y cada vez irá creciendo la escalada de la violencia. Mientras que con el amor van a derribar todos los muros que los dividen.
Esta es la traducción social del Evangelio de hoy.
Y no es que Jesús nos quiera unos bobos pasivos, como tampoco lo quiere la Iglesia, continuadora de la obra de Jesús.
Todo lo contrario. Jesucristo y la Iglesia nos pedirán siempre cumplir con nuestro deber de mejorar el mundo, eliminando de él la pobreza injusta, las dictaduras opresoras y todo lo que es causa de los odios, de los crímenes y de las guerras.
Tenemos la misión de trabajar por que el mundo se convierta “de selvático en humano y de humano en divino”. Divino, porque debe aprender a amar como ama Dios.
Si miramos la sociedad, eso es lo que nos dice este Evangelio. Pero nosotros lo queremos más personal, más individualizado, más nuestro de cada uno. Por eso, nos preguntamos:
– Yo, ¿Cómo amo? Yo, ¿Cómo debo amar? Yo, ¿Cómo miro a ése que se llama enemigo mío, a esa que es una enemiga irreconciliable?
Porque Jesucristo baja a estos detalles.
En unos días en que tanto se nos habla de liberación, muchos de sus pregoneros no nos dicen nada de la peor de las esclavitudes que nos pueden destrozar, como es la esclavitud del odio y del egoísmo.
Quien odia y no perdona, está recomido por dentro, tiene corroído el corazón, y no halla la paz en nada y por nada. Su grito es:
– Hasta que me vengue no tendré tranquilidad.
Y no se da cuenta de que hasta que perdone no recobrará la libertad.
Quien es egoísta y no abre nunca la billetera o el bolso para dar, para comunicar a los demás lo que tiene y le sobra, vive esclavizado al vil metal y no sabe lo que es el placer de dar y de ganarse amigos.
Jesucristo, que conoce bien el corazón humano, rompe todas las cadenas de la esclavitud con sólo estos dos consejos:
“Perdonen a sus enemigos”, y “den y repartan lo que tengan”.
Al seguir estos consejos, se sabe lo que es la libertad verdadera, cuando ningún lazo nos sujeta el amor ni otro lazo alguno nos ata al mundo.
Dios suscita en su Iglesia modelos acabados de estos mandatos y consejos más exigentes del Señor. Recordamos dos casos de la Historia de la Iglesia.
Aquel bandido mata a un rival. El hermano de la víctima se encuentra con el criminal en el camino, saca el puñal y se le acerca para clavárselo en el pecho. Pero el asesino se hinca, extiende los brazos en cruz, y hace pensar al hermano vengativo:
– ¡En cruz! ¡Así nos perdonó a todos Jesucristo! ¿No voy a perdonar yo también?…
Vencido por esta reflexión, Juan Gualberto levanta a su enemigo, le da un fuerte abrazo, y quedan amigos los dos para siempre…
Paulino de Nola da a los pobres todo lo que tiene. Viene una pobre mujer a pedirle dinero para rescatar a su hijo que ha caído esclavo, y, al no tener nada que darle, se vende él mismo a cambio del pobre muchacho Esclavo voluntario, ya no le sujeta nada al mundo… Es el ser más libre.
Los dos, Juan Gualberto y Paulino de Nola, son reconocidos como Santos en la Iglesia Católica.
Éste es el Evangelio puro, sin interpretaciones nuestras que lo desvirtúan.
Dios ama así. ¿Quién nos prohíbe a nosotros amar como ama Dios y ser buenos como Dios, que es tan bondadoso?…
P. Pedro García, CMF.