05. Las angustias de José

05. Las angustias de José

Entramos en una página enternecedora. Nos lo cuenta Mateo, y empieza por decir que María estaba “desposada” con José, y desposada entre los judíos era ya verdaderamente “casada”, aunque siguiera viviendo en su propia casa con sus padres hasta la fiesta de la boda, igual que podían vivir ya juntos. Pero, por lo que sigue, ya se ve que José y María vivían cada uno en su casa propia.

 

Entre la promesa y la boda solían pasar varios meses y hasta un año; aunque consta que no siempre los ya esposos guardasen la tradicional continencia y se avanzaban en lo que para ellos era ya un derecho. Y dicen que Galilea era más liberal que Judea. Todo lo que podía venir eran los comentarios poco benévolos de la gente o el reproche cariñoso de la familia: -¡Podían haber esperado a la boda! La fiesta hubiera sido más bonita…  En el caso de José y María nadie pudo criticarlos, y la boda, llegado el día, se celebró con normalidad y alegría de todos.

 

San Ignacio de Antioquía, discípulo de los Apóstoles, de Pedro y de Pablo, asegura en una de sus célebres cartas cómo Dios, por el matrimonio de María con José, le escondió al demonio la virginidad de María y el nacimiento virginal de Jesús, del cual no podía sospechar que fuese el Cristo, algo importante en los planes de Dios.

 

Hasta aquí, todo muy bien y bien entendido. Pero el problema para José fue grave. María había regresado de Ain Karin con unos cinco meses ya desde el anuncio del Ángel. De momento, José no se da cuenta de nada. Pero, al notarlo, se estremece, y con toda razón:

-¿Qué pasa aquí?…

 

Novelistas y cineastas recurren neciamente a suposiciones inaceptables, como una posible violación, cosa que María, llorando, habría comunicado inmediatamente a José y la familia.

Nosotros dejamos tales ridiculeces, y discurrimos con más seriedad. Lo más probable es que María, con un silencio heroico, y sufriendo ella tanto o más que José, pudo decirse:

-¿Dios lo ha hecho? A Dios se lo dejo; Él saldrá por mí.

 

Mateo nos trae unas palabras que son monumentales para la memoria de José y elogio de María. “Como José era justo, y no quería denunciarla, resolvió divorciarla privadamente”. Porque José discurre, aunque con angustia suma:

-¿María, adúltera? No lo creo en modo alguno. Ella es incapaz del todo. Por más que, de serlo, nada le puede pasar y no le caería el castigo de la lapidación, pues no hay testigos. Pero yo no puedo quedarme con ella. Entonces, la divorcio con documento de repudio en secreto, pues si lo hago públicamente la dejo a ella muy mal parada y objeto de todos los chismes del pueblo. Como la ley me ampara, lo hago así privadamente, y todos pueden pensar, con razón, que no nos entendemos o que ha surgido entre los dos alguna causa seria.

Esto significa darle a María el “libelo de repudio” que emplea Mateo. Era un documento en el que debían constar nombres, lugar, fecha, con la firma de dos testigos, y la declaración de libertad de la esposa, a la que se le entregaba el acta en privado sin forma judicial.

 

Se encontró modernamente un papiro judío de aquellos tiempos con un acta de repudio, en el que consta: “Yo me divorcio y por mi propia iniciativa te repudio a ti, que eres mi primera mujer, de modo que quedas libre por tu parte para irte y convertirte en mujer de cualquier hombre judío que quieras. Y aquí está por mi parte el acta de repudio y la carta de divorcio. Además, la dote yo te la restituyo”.

 

No viendo José solución aceptable, se atiene a lo que ha pensado y toma su resolución. Sólo que ahora es cuando se mete abiertamente Dios. En una visión nocturna se le aparece un Ángel de Dios:

-No temas, José, descendiente de David, en quedarte con María tu esposa. ¡No temas! Porque lo que ella ha concebido es del Espíritu Santo.

José debió respirar hondo, y el Ángel, igual que hizo Gabriel con María, le hizo entrever el futuro del insólito acontecimiento:

-Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre JESUS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.

Perplejo, y creyente, José no suelta palabra ni pide señal alguna, y Mateo nos da a nosotros la razón del plan de Dios: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Miren que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, al cual llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”.

Mateo, como es su estilo, se contenta con decir escuetamente:

-Acabada la visión, José hizo como le había dicho el ángel del Señor, y se quedó con su esposa.

 

A nosotros, naturalmente, nos hubiera gustado que nos contara algo más. ¿Nos imaginamos cómo tuvo que ser el primer encuentro de los dos esposos, después de esta visión de José? Se cruzaron una mirada inefable, y de sus labios no pudo salir más que una palabra:

-¡María!…

-¡José!…

Y se desahogaron después cuando José pregunta:

-María, ¿por qué no me lo dijiste?…

-José, ¿y qué te iba a decir yo? Se lo dejé todo a Dios.

¡Qué bondad la del “justo” José, que no pasaría por mucho de los veinte años! Dios sabía de qué hombre se fiaba para defender la inocencia de María y custodiarle su virginidad. Ahora, a celebrar la fiesta de bodas, que no pudo faltar, y después de unos tres meses en paz y amor profundo, sin que se lo pudieran pensar, a preparar un viaje inesperado por una orden que va a venir desde Roma.

 

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