4º. Domingo Ordinario – C. Lucas 4,21-30.
¿Queremos medir la mezquindad, la tacañería, la envidia vil del hombre, y el empeño obstinado de Dios en amarnos y en salvarnos a pesar de nuestras miras tan cortas y tan obtusas?… No tenemos más que abrir el Evangelio de este Domingo. Él nos va a enseñar a tener un corazón grande, a recibir la gracia de Dios nos venga como nos venga, a recibir a Jesucristo que viene a nosotros a veces en apariencias desconcertantes.
Jesús quiere empezar su ministerio público en Galilea, y el primer pueblo a que va es al suyo, a Nazaret. Jesús tenía corazón, y quería ofrecer la primicias de la gracia al pueblo suyo, al que le había acogido durante treinta años, al que le había visto jugar, y crecer, y desarrollarse, y trabajar.
Jesús amaba a sus paisanos, y a ellos se dirige primero de todos.
Pero estallan las envidietas en la sinagoga, cuando lo oyen hablar tan sabiamente y con tanta simpatía y cariño:
– Pero, ¿no es éste el carpintero, el hijo de José? ¿Y a uno como éste le vamos a hacer caso?… ¡No le crean!
Jesús se da cuenta del rechazo en medio del murmullo, y les responde triste:
– Sí, ya veo que me van a recordar el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Haz aquí los milagros que has hecho ya en otras partes. Pero, no los puedo hacer. Les falta fe. No creen en mí.
Furiosos sus paisanos, lo agarran para arrojarlo por el precipicio, pero Jesús, con fuerza moral irresistible, se abre paso entre ellos, y se marcha. En su corazón, aunque no lo diga el Evangelio, debió decirse Jesús:
– ¡Qué lástima! Rechazan la salvación porque les viene de mí. Yo se la quiero dar, pues los amo mucho. Pero veo que no hay nada que hacer. Me voy, que en otras partes la recibirán mejor…
Así fue entonces. ¿Se repite hoy esta escena en el mundo?…
Jesucristo viene a traernos la salvación. Pero sus apariencias no agradan. Si no se acomoda a nosotros, nosotros no nos acomodaremos a Él.
Se le ponen condiciones a Jesucristo. Y la primera de todas, la misma que le pusieron sus paisanos de Nazaret:
– ¡Que haga milagros!
Y los milagros, a decir verdad, escasean mucho en la Iglesia.
Lo que Jesucristo pide es fe. Y la fe es una aceptación de Jesucristo sin ver milagros: es una aceptación incondicional de su Persona.
Es curioso, a este propósito, lo que ha pasado muchas veces en las asambleas carismáticas. Da gusto ver cómo esos hermanos nuestros rezan, cantan, crecen en la fe, en el amor y en toda su vida cristiana. Porque esto es la Renovación Carismática.
Pero son testigos también de un hecho bien comprobado y doloroso.
Se han acercado muchos que al cabo de poco abandonaban las reuniones. Habían venido buscando milagros, curaciones, lenguas nuevas y fenómenos sorprendentes. Al no encontrar estos portentos, dejó de interesarles Jesucristo y no hacían caso del don supremo del Resucitado, como es el Espíritu Santo, que se les daba bien gratis…
Falta entre nosotros la convicción que nos quiere dar Jesús con aquella su reprensión a Tomás, el obstinado ante sus compañeros que le aseguran haber visto al Señor:
-Tomás, Tomás… Tú crees porque has visto. Y yo te digo que son dichosos los que creen sin ver.
Otros rechazan a Jesucristo porque viene al mundo por su Iglesia de manera poco agradable.
Si la Iglesia no cede en muchos caprichos de la sociedad moderna, se dice que la Iglesia es retrógrada, que no se pone al día, y que mejor que la Iglesia institución es la Iglesia comunidad de amor…
Si el Papa defiende las posturas serias de la moral enseñada en la Biblia y en la Tradición cristiana, se dice que el Papa, por muy Vicario de Jesucristo que sea, ha caído en una involución inaceptable…
Si el Magisterio de la Iglesia nos dicta verdades que pican nuestro orgullo, se dice que ha pasado la época de los dogmas y que queremos más libertad de pensamiento y más respeto a la persona
Si los sacerdotes, religiosas o seglares comprometidos, se dan a los pobres o colaboran con amor con los ricos y las autoridades, no se hacen esperar los comentarios.
Unos dicen: ¿La Iglesia? Una revolucionaria…
Otros, al revés: ¿La Iglesia? Una conservadora y una aprovechada…
Total, que en todos estos casos, ¿Qué es lo que verdaderamente ocurre? Pues, no otra cosa que un rechazo a Jesucristo porque no nos gusta la manera como se presenta. O por envidias, o por resentimientos, o por comodidad, y siempre por orgullo, se le dice a Jesucristo:
– Así, no nos interesas.
Pero Jesucristo sigue adelante con su plan de salvación.
¿Por qué no tener un corazón grande, como Él nos enseña?
¿Por qué no tener más disponibilidad para recibirlo, nos gusten o no nos gusten sus apariencias y sus exigencias?
¡Jesús, que vienes a nosotros lleno de amor, con Corazón manso y humilde!… Nosotros te reconocemos siempre en tu Iglesia, te acogemos siempre, y siempre te decimos que cuentes con nosotros.
P. Pedro García, CMF.