MEDITACIÓN DEL DÍA:
Testimonio de la verdad, en AEC p. 546
Un proverbio danés dice: “Lo que no puedes expresar en pocas palabras, no lo sabes”. Claret fue hombre de pocas palabras. La mayor parte de sus “libros” son más bien “opúsculos”. Sólo en el púlpito habla largamente de temas religioso-morales. Pero fuera de esto, hablaba poco, y el aprecio por la modestia le impedía hablar de sí mismo.
Parece haber mantenido siempre un perfecto equilibrio entre hablar y callar. El silencio es la base del buen hablar y sin silencio ninguna conversación será atinada. La palabra hablada debiera ser como la escrita: precedida y seguida de un espacio de silencio, sin los cuales apenas es inteligible.
La generación actual sufre de contaminación acústica externa e interna. Muchos padecen un charloteo mental incesante, que llega a causar enfermedad psíquica e incluso física. Cuando Claret dice que él permanecía en silencio, parece haber integrado el silencio interior, del cual fue extraordinariamente capaz a pesar de estar envuelto en el estruendo de calumnias y persecuciones. Ahí es donde Claret se propuso –y lo logró- guardar silencio. Pero la motivación de Claret no era su salud mental ¡que la tuvo, y excelente!, sino seguir el ejemplo de Jesús.
El Señor, víctima de calumnias y trapicheos, no pretendió deshacer ningún malentendido ante Caifás o Pilatos. Había venido al mundo para dar testimonio de la verdad y este deber ya lo tenía cumplido: fue lo que originó su proceso y condena. El testimonio de la verdad es también tarea del evangelizador: liberar de engaños, marcar el camino certero. Eso no lo hace el charlatán de feria, sino el hombre de silencio e interioridad. Y no debe confundirse el servicio a la verdad con el servicio a uno mismo.
¿Cómo son tu hablar y tu callar? ¿Cuál de los dos puede más? ¿Vives “a la defensiva” o estás dispuesto a ceder de tus derechos?