68. La segunda multiplicación de los panes

68. La segunda multiplicación de los panes

Digamos que fue una conclusión inesperada del viaje. Se hallaba Jesús frente a Betsaida, cerca del Jordán en la parte nororiental del lago donde había multiplicado aquellos panes. Y ocurrió exactamente lo mismo que la vez anterior. Una multitud que se presentó allí apenas se enteraron de su presencia, y Jesús toma la iniciativa ante los apóstoles:

-Me da compasión esta muchedumbre, pues ya llevan tres días a mi lado y no tienen nada que comer. Si los envío en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino: además, algunos han venido de lejos. ¿Cuántos panes tienen?

-Siete, Maestro, ni uno más, y unos cuantos pececillos.

 

Hace sentar a la gente. Toma los panes y pescados. Levanta los ojos al cielo bendiciendo, y manda a los apóstoles repartir. ¡Cuatro mil hombres sin contar mujeres y niños, y siete canastos recogidos de las sobras! Sin los problemas de la vez anterior, despide en paz a toda la gente que se marchaba bendiciendo a Dios, y él y los Doce regresan a Cafarnaún y comarca.

 

Muchas veces se ha querido buscar la intención que Jesús tuvo con este milagro de la segunda multiplicación de los panes, tan parecida la una a la otra en las dos ocasiones. Indiscutiblemente, en las dos le movió su compasión con la pobre gente hambrienta. No nos equivocamos, como es natural. Pero lo curioso es lo que dijo Jesús en una y otra ocasión. Tratamos de adivinar y seguir su pensamiento.

 

En esta segunda ocasión lo dijo Jesús de la manera más clara: “Me da compasión esta muchedumbre pues no tienen qué comer”. Es la lección que deja a su Iglesia de todos los tiempos: la solidaridad con los necesitados a los que ha de socorrer siempre con caridad constante. Sobre todo con los pobres que padecen hambre, ese resumen de todas las injusticias. El amor con el necesitado y la ayuda que se le puede prestar es el deber primero que tiene la Iglesia, y que tenemos cada uno de nosotros. Por algo el Espíritu Santo suscita de cuando en cuando un Vicente de Paúl o una Madre Teresa que nos lo vayan recordando. El hambre material es malo, y se sacia con pan que extraemos nosotros de los campos y que al Padre se lo pedimos sin cesar: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Así en la segunda multiplicación de los panes.

 

La primera multiplicación tuvo en la mente de Jesús una intención que Juan, en el capítulo 6 de su evangelio, nos explanó de manera colosal,  y el milagro fue “signo” de otra hambre y de otro pan. Jesús

miró sobre todo el hambre espiritual que padece el mundo y no quiso que en su Iglesia se sufriera jamás. Para ello le deja el Pan bajado del Cielo, “que es mi carne para la vida del mundo”. Es el gesto último de su vida antes de ir a la cruz: “Tomen y coman este mi cuerpo… Tomen y beban esta mi sangre”. Porque, como les había dicho antes, “si no comen mi carne y no beben mi sangre no tendrán vida en ustedes”.

A sus apóstoles, a sus ministros, se lo dice ahora como un imperio: “Denles ustedes de comer”. El primer deber sacerdotal es dar Cristo a las almas para que no mueran de inanición, así como el primer disparate del cristiano es morir voluntariamente de hambre por no querer comer el Pan de Vida.