60. La muerte de Juan el Bautista

60. La muerte de Juan el Bautista

Una de las tragedias más grandes de toda la Biblia. Hacía ya un año, poco más o menos, que el Bautista estaba preso en las mazmorras de Maqueronte, la fortaleza-palacio que Herodes el Grande había construido en la parte oriental del Mar Muerto. En un lugar desértico, sobre una roca abrupta, entre fosos y torrentes que daban al mar, con altas murallas que la protegían, aquella fortaleza, en caso de guerra, venía a ser inexpugnable. Y en el centro, con patios circundados de esbeltas columnas, un palacio de verdadero placer con salas elegantes. No vivía aquí Herodes Antipas, sino en Tiberías, pero escogió esta soberbia construcción para celebrar su cumpleaños, al que estaban invitados todos los magnates de sus dominios reales Galilea y Perea.

 

Nos podemos imaginar como queramos el derroche por todo lo alto en una fiesta como aquella. Hacia el final, sin embargo, no se iban a presentar esta vez las bailarinas de baja reputación traídas expresamente, sino que entró a danzar, a sus quince años, la hija de Herodías, la mujer adúltera de Herodes. Educada en Roma, bailó a la romana y entusiasmó grandemente a todos. Podemos seguir con nuestra narración, pero la que hace Marcos en su evangelio es insuperable, y le dejamos a él la palabra.

 

“Entró la hija de la misma Herodías, danzó y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey entonces dijo a la muchacha: ‘Pídeme lo que quieras, porque te lo daré’. Y le juró: ‘Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino”. Salió la muchacha y preguntó a su madre, (que estaba en otra sala, pues las mujeres comían aparte): ‘¿Qué le pido?’. Y ella le dijo: ‘La cabeza de Juan el Bautista’. Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: ‘Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista”. El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y lo decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterrarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura”.

 

Las consecuencias de este crimen horrible no se hicieron esperar. Jesús, galileo y súbdito de Herodes Antipas, tenía que ir con cuidado. Herodes, nada religioso, pero sí supersticioso de verdad, no podía con sus remordimientos y empezó a preocuparle Jesús, del que oía tantas cosas, que expresaba según los evangelios:

-¿Quién es ese Jesús, de quien oigo semejantes cosas? Ya lo veo: es Juan el Bautista a quien yo decapité y que ha resucitado. Por eso hace esos milagros. ¿Quién es éste? Y deseaba verlo.

Ya le llegará el día en que lo conozca durante una escena, que resultará trágica, cuando Jesús esté a punto de ir a la cruz.