13. Pros y contras de estos primeros siglos

13. Pros y contras de estos primeros siglos

En las lecciones 5-11 hemos dejado detalles muy interesantes sobre hechos de la Iglesia que vale la pena tener en cuenta. Indicaremos algunos brevemente.

 

Las herejías y los cismas que aparecieron en los dos o tres primeros siglos fueron peores que los tormentos y las calumnias de las Persecuciones. Dentro de la misma Iglesia se produjeron ─como se reproducirán a lo largo de toda la Historia─, elementos de autodestrucción, pues no son otra cosa las herejías y los cismas. Estos primeros errores no fueron tan graves como los que van a venir después, pero vale la pena conocerlos.

 

La gnosis, o ciencia, no era propiamente ninguna herejía, y se conocía ya en tiempo de los Apóstoles, sino el empeño de elevar la revelación de Dios a las alturas de la filosofía griega para darle el cariz de ciencia verdadera. Era buena la intención, pero degeneró en graves errores. Por ejemplo, que había dos dioses (el dualismo), uno bueno, que salva al hombre; y un dios malo, causante del mal. Al primero le atribuían la salvación realizada por Cristo; al segundo, el que dio la antigua ley por Moisés.

 

El docetismo. Algunos gnósticos, muy acordes con la filosofía griega, despreciando el cuerpo, elemento malo que tiene aprisionada al alma, empezaron a asegurar que Cristo no tuvo un cuerpo verdadero, porque la materia es mala. Era el principio que daría origen al docetismo, el cual enseñaba que Cristo no tuvo un cuerpo real, sino sólo aparente. Entonces, Jesús no murió, no resucitó, y, por lo mismo, no hubo redención.

 

Marción, apóstata, excomulgado por su mismo padre, que era obispo, llevó su gnosis a una práctica tan rigurosa, que aseguraba: Sólo quienes vivan en perfecta continencia ─¡adiós matrimonio!─ y practiquen fuertes ayunos alcanzarán la vida eterna.

 

Montano se consideraba a sí mismo como un intérprete fiel del Espíritu Santo. Enormemente riguroso en la vida cristiana, impedía el matrimonio, aunque después suavizó la cosa y prohibió sólo las segundas nupcias. Se debía practicar un ayuno total tres días a la semana. Y lo peor: admitía que la Iglesia puede perdonar los pecados, pero no debe ejercitar este poder para no fomentar la relajación entre los cristianos.

 

Manes, que decía haber recibido su doctrina por revelación de un ángel, fundó una iglesia con doce maestros y setenta y dos obispos con presbíteros y diáconos. Se iniciaban con un bautismo de aceite y una cena de pan y agua. El maniqueísmo se difundió y perduró mucho. A ella perteneció, dos siglos más tarde, San Agustín antes de su conversión.

 

Los ebionitas venían de lejos. Eran aquellos judíos que se convirtieron en los principios de la Iglesia, pero después la abandonaron. Al aferrarse al Dios UNICO, y decían verdad, no aceptaron por fin que Jesús era Dios como verdadero Hijo de Yahvé.

 

El monaquianismo, nacido en el siglo segundo, vino a ser fatal. Negaba la divinidad de Cristo, y acabó en el arrianismo del siglo cuarto, como veremos.

 

¿Y qué decir de los cismas? Los cismáticos permanecen en la fe católica, pero se separan de la Iglesia, rompiendo su unidad, al negar la obediencia a la autoridad, en definitiva, al Papa. Durante las Persecuciones hubo varios cismas, pero ni muy graves ni muy duraderos. Sólo hay que mencionar los de Hipólito y de Novaciano.

 

¿Qué ocurrió? Durante la persecución de Septimio Severo (202) hubo apostasías, e Hipólito, presbítero de Roma, negaba la absolución de la Iglesia a los apóstatas arrepentidos. El Papa San Calixto 1 recibió a los arrepentidos después que hicieron breve penitencia. Hipólito calificó al Papa de “laxista”, relajado. Y lo mismo hizo Tertuliano: “Calixto fomentó la voluptuosidad diciendo que perdonaba los pecados a todo el mundo”.

Hipólito se arrepintió, volvió a la Iglesia y después murió mártir.

 

El cisma de Novaciano, presbítero romano, fue peor. En la persecución de Decio (249-252) hubo muchos apóstatas. Como por la persecución no se pudo elegir Papa inmediatamente después de la muerte de San Fabián, se aprovechó Novaciano durante la sede vacante hasta tener nuevo Papa, y negó de modo absoluto la reconciliación a los apóstatas. San Cornelio (251-253), nuevo Papa y que también moriría mártir, concedió el perdón a todos. San Cipriano, el gran obispo y mártir de Cartago, de momento fue también riguroso, pero sin separarse del Papa. Novaciano fundó una iglesia que perduró hasta el siglo sexto, cismática y herética, pues agravó su error al asegurar: La Iglesia no puede perdonar los pecados.

 

Herejías y cismas eran lo más doloroso en la Iglesia y mucho peores que las espadas. San Ireneo, obispo y mártir de Lyón, había sido discípulo de San Policarpo, obispo y mártir de Esmirna, el cual había sido discípulo del apóstol San Juan. Pues bien, a Florido, que empezó a predicar sus errores, se le enfrentó firme San Ireneo:

– Los obispos antecesores nuestros no enseñaban lo que enseñas tú. Recuerdo a Policarpo, la gravedad de su porte, la santidad de su persona, la majestad de su rostro, igual que sus exhortaciones al pueblo. Puedo jurar ante Dios que, si el santo obispo hubiera oído tus errores, se habría tapado los oídos y exclamado según su costumbre: ¡Dios mío! ¿Por qué me has hecho vivir hasta hoy para oír semejantes cosas?… Y se cuenta que el mismo San Policarpo, en su visita al Papa San Aniceto, se encontró en las calles de Roma con el hereje Marción, el cual le dijo, al ver que no le saludaba:

– ¿Es que no me conoces, o qué? -Sí que te conozco. Sé que eres el primogénito de Satanás… Histórica del todo o no esta anécdota de Policarpo, que se ha contado siempre, refleja el sentir de la Iglesia respecto de los herejes que apostataban de su fe.

Los escritores de la Iglesia, sin la brillantez de los que vendrían después de la paz de Constantino, jugaron un gran papel en la fidelidad de los cristianos perseguidos. Ya conocemos a los Apologistas. Aparte de ellos, tenemos a los llamados Padres Apostólicos, porque conocieron a los mismos Apóstoles o enlazaron directamente con sus discípulos.

San Ignacio de Antioquía es algo extraordinario. Había sido discípulo de los Apóstoles. Condenado a las fieras del circo, al ser llevado en barco hasta Roma escribió unas cartas dignas de su maestro San Pablo, dirigidas a los obispos y fieles de las ciudades por las que pasaba, y están llenas de frases que se han hecho inmortales en la Iglesia:

“Soy trigo de Cristo. Voy a ser molido por los dientes de las fieras para convertirme en rico pan”…

“Procuren reunirse en el mayor número posible para la Eucaristía y para las alabanzas de Dios. Porque cuando se reúnen bastantes de ustedes se quebrantan las fuerzas de Satanás, y su poder demoledor queda deshecho con la concordia de su fe”…

“No siento placer por la comida corruptible ni por los placeres de esta vida. Sólo quiero el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, y por bebida quiero su sangre, que es amor incorruptible”.

 

Párrafos así de bellos los encontramos en los otros escritos de estos dos siglos primeros: el papa San Clemente, San Policarpo de Esmirna, Papías, Hermas, San Ireneo, el bellísimo escrito de la Didajé, que tiene esta acción de gracias para después de la Comunión:

“Así como este pan estaba antes disperso por los montes, y recogido se ha hecho uno, así se recoja tu Iglesia desde los confines de la tierra en tu Reino. Porque tuya es la honra y el poder por Jesucristo en los siglos”.

O la carta a Diogneto, que dice sobre la vida de los creyentes:

“Lo que es el alma al cuerpo, esto son los cristianos para el mundo”.

 

No faltó la que llamaríamos “Enseñanza superior”, debido a las grandes escuelas de Alejandría, Antioquía, Cesarea y otras, a las cuales hoy calificaríamos de Universidades. En ellas brillaron escritores como Clemente de Alejandría y, por encima de todos, Orígenes, verdadero titán y uno de los hombres más grandes que tuvo la Iglesia primitiva.

 

Las Catacumbas nos han llamado siempre mucho la atención cuando hemos leído u oído hablar de las Persecuciones Romanas. Son enormes subterráneos que estaban en las afueras de la ciudad de entonces, debajo de la propiedad de algún dueño o familia cuyo nombre llevaban. Solían enterrar allí a sus muertos. No las excavaron los cristianos, sino que aprovecharon las que ya eran de alguna familia cristiana o de uso común.

Al ser por ley inviolables los sepulcros, les sirvieron magníficamente a los cristianos para escapar de los perseguidores y celebrar el culto en espacios convertidos en capillas.

Después de las persecuciones siguieron siendo las catacumbas cementerio de muchos cristianos. Para la Iglesia contienen grandes tesoros de arte y son como verdaderos documentos de su historia antigua. El Papa San Dámaso (366-384) puso a muchos sepulcros de mártires epitafios admirables. Los símbolos cristianos y las pinturas que guardan son de una riqueza inmensa. Esas imágenes las podemos ver en muchos libros ilustrativos de Historia.