¿Quién habla hoy de mortificación? Las prácticas de mortificación de otros tiempos han caído en absoluto desuso. ¿Quién se impone privaciones, asume sacrificios o renuncia a algo como expresión de conversión y de penitencia? Hoy se rechaza el voluntarismo que, a base de ascesis y de prácticas de mortificación, pretende alcanzar la santidad. La vida misma, se dice, nos ofrece suficientes ocasiones de sacrificio como para tener que buscarnos más penitencias.
Sin duda que la santificación no proviene de nuestras obras, ni de nuestras penitencias. Es el Espíritu Santo quien actúa, el verdadero protagonista de nuestro progreso espiritual. El Espíritu Santo, sin embargo, requiere de nuestra colaboración, de acogida y puesta en práctica de sus inspiraciones. Secundar las inspiraciones del Espíritu requiere un esfuerzo de conversión, de superación del pecado, un dominio de sí. Nadie espontáneamente controla los impulsos de su agresividad, de su afán de poder, o de su afectividad. Nuestra naturaleza por su parte nos impulsa en la dirección contraria a la exigida por la caridad, el ejercicio práctico del amor a Dios y a los hermanos.
Como discípulos de Jesús creemos en Dios Padre, esperamos en su promesa de salvación, amamos al prójimo como él nos ha amado. Vivir como cristianos nos lleva a obedecer los mandamientos de Jesús, a asumir sus actitudes, a vivir como él vivió. Todo esto es fruto de la gracia de Dios, es un don que recibimos; pero el don exige acogida. La gracia tiene siempre el primer lugar, pero no es posible vivir cristianamente sin algunas renuncias. De de nada nos servirá la asistencia del Espíritu si no intentamos traducirla en ir superando todo lo que nos impide creer, en resistir a la tentación, en dominar nuestros impulsos menos humanos y en vivir en la caridad.
¿Te parece que asumes tu vocación cristiana en su totalidad, o te haces un “cristianismo a la carta”? ¿Sabes distanciarte críticamente de la seducción por la sociedad de consumo y optar por el evangelio incluida su llamada a llevar la cruz?