111. El Oriente se abre a la Iglesia

111. El Oriente se abre a la Iglesia

Unas notas nada más, y es una lástima, porque habría para escribir largo sobre el campo misionero que se presenta a la Iglesia en los días que historiamos.

 

Fue cosa de los portugueses, que se tiraron por las costas occidentales de África, rodearon el Cabo de Buena Esperanza y llegaron hasta la India. Esto dio pie para que el Evangelio penetrara en el continente africano: Abisinia ante todo, Guinea, Angola, el Congo, Mozambique, Madagascar… Pero, de hecho, las misiones no rindieron lo que podía esperarse, y lo harán en la Edad Moderna. Entonces hablaremos de ellas. Ahora, pasamos sin más al Asia.

 

La India promete muchísimo. Contaba con misioneros portugueses desde 1498. Y antes había tenido una misión de Franciscanos con cristianos de rito sirio malabar, los Cristianos de Santo Tomás, que llegaron a los 150.000 o más. En 1533 estaba fundada la primera diócesis de Goa con su primer obispo Alburquerque. Pronto llegará su gran apóstol, aunque ya habían ido antes misioneros dominicos y sacerdotes seculares portugueses.

San Francisco Javier es una figura misionera de leyenda. Sabía bien Ignacio de Loyola a quién mandaba hacia el Oriente el año 1541. En la India convirtió a miles y miles. Sus cartas a las universidades, para suscitar vocaciones misioneras, se hicieron célebres en toda Europa: el brazo se me cansa de tanto bautizar…, en Comorin, en la Pesquería, en Travancor, en Malaca y las Molucas. Hasta que en 1547 se le presentó el joven japonés Yajiro que le entusiasmó con lo que le contaba de su tierra. Y al Japón que marcha Javier, a donde llega el 15 de Agosto de 1549. La fiesta de la Asunción era un buen augurio. Pero las dificultades se presentaron enormes, por no conocer la lengua y las costumbres japonesas. Aquellos dos años fueron de sacrificios increíbles. Y convencido del gran valer de los japoneses, pero que había que convertir antes a China por la influencia que ejercía sobre Japón, regresa Goa, arregla mil asuntos graves que habían ocurrido en su ausencia, y marcha hacia China en una mala embarcación. En la isla de Sanchón, y a la vista del continente que quería conquistar para Cristo, muere inesperadamente el 2 de Diciembre de 1542. ¿Fracasó en su vida? De ninguna manera. La semilla estaba echada en buena tierra y, tiempo al tiempo, las misiones de Oriente darán cosechas abundantes. 

El Padre Roberto Nóbili, italiano, debe ser conocido desde un principio, aunque no vendrá a la India hasta dentro de bastantes años. Misionero genial. Javier y todos los demás, no trabajaban sino con los más pobres, pues sabemos bien lo que eran las castas en la India. Nóbili se metió con los brahmanes haciéndose brahmán. No fue comprendido, y discutidos mucho sus métodos por los mismos hermanos de la Compañía. Después, todos le han dado la razón… Por ahora debemos dejar la India, pero un día volveremos a ella, y nos encontraremos con los primeros mártires jesuitas.

 

Japón ya nos es conocido por la misión de Javier. Fueron llegando muchos jesuitas, de modo que en 1614 eran unos 130 y muchos también los misioneros de otras Órdenes como dominicos, franciscanos y agustinos. Los cristianos se habían multiplicado tanto, que se pueden contar en este tiempo unos 750.000 según los cálculos más probables. Pero vinieron las persecuciones, en las que murieron incontables mártires. Para 1624 se contaban más de 30.000, y al final de las persecuciones pueden calcularse en más de 200.000, aunque la Iglesia tiene beatificados y canonizados a 244 solamente. ¿Cómo se explica esto? Entre otras cosas, porque arribaron navegantes holandeses calvinistas e ingleses anglicanos, que envenenaron a los emperadores reinantes. Japón se cerró a Occidente, y cuando se abra, obligado, en el siglo diecinueve, volveremos a estos mártires que ahora nos asombran con su número.

 

China. Dominicos y franciscanos habían llegado a sus costas ya en el siglo trece, aunque aquellas misiones desaparecieron del todo. Y Javier, como un Moisés en el Nebo, moría en Sanchón ante la tierra prometida. Pero la colonia portuguesa formada en Macao el año 1557 sirvió de base para la penetración en el Celeste Imperio. Jesuitas, franciscanos, agustinos lo intentan y no consiguen nada. Hasta que llega el hombre providencial, entra en 1588 el jesuita Padre Ruggieri, que prepara el camino al Padre Mateo Ricci, el cual va a intentar lo mismo que en la India el Padre Nóbili: con su mucha ciencia, en matemáticas sobre todo, se da a estudiar bien el chino y las costumbres del país. Construye un reloj bien montado; traza mapas y uno especial de China, mejor que los allí existentes; deja admirados a los sabios que le rodean, aunque con prudencia no se mete en religión, pero gana a algunos más curiosos y de alta sociedad que se hacen católicos. Con un gran tino, aunque conservando los ritos romanos, en las celebraciones litúrgicas se acomoda en lo posible a costumbres chinas. Crecen las comunidades de los jesuitas, nativos de varias naciones europeas, todos competentes en ciencias matemáticas y físicas, se extienden desde Cantón y otros lugares, pero la meta es llegar primero a Nankin y después a la presencia del emperador en Pekín. Al fin lo consigue. Ricci se convierte en una celebridad con sus adelantos científicos y obras de arte, como cuadros del nacimiento de Jesús y de la Virgen, que merecen una exposición de parte del emperador y son una catequesis católica callada. Los demás misioneros, igual, dominicos y franciscanos venidos de Filipinas y Formosa. El Padre Ricci moría en 1610. Naturalmente, que en este avance del cristianismo en China hubo muchas dificultades, aunque sin persecuciones sangrientas en este período ─¡que ya vendrán después!─, de modo que al finalizar esta época de la Edad Nueva en nuestra Historia, llegaban en 1650 los cristianos a 150.000 y no mucho después a 250.000.

 

Filipinas tiene un significado muy especial, porque va a constituir la primera y única nación católica de Asia. El héroe primero fue el portugués Magallanes con una expedición de españoles que llegó en 1520 a la isla de Cebú, aunque fue asesinado por una tribu de indígenas en el año siguiente. De la expedición, la primera que intentó y logró dar la primera vuelta al mundo, se hizo cargo Juan Sebastián Elcano. Pasarán bastantes años, y en 1565 Legazpi, salido de México, llegaba al archipiélago que bautizó, en honor del rey Felipe II, las Islas Filipinas. Con él iba, como encargado de la evangelización, el agustino Andrés de Urdaneta con cuatro Padres más de la misma Orden. La primera iglesia fue erigida en la isla de Cebú, y siguieron otras en Luzón, Panay y después en Manila. Nos esperan grandes sorpresas en este campo tan feraz que se abre a la evangelización de aquellos audaces misioneros españoles.

Los Agustinos, aparte de aquellos primeros con Legazpi, recibieron en 1575 veinticinco misioneros y otros más después. Fueron los primeros evangelizadores.  y en 1606 se les juntaron otros misioneros de la nueva rama de los agustinos recoletos, que se harán tan beneméritos en las Filipinas. 

La Franciscanos llegaban a Manila en 1577. Eran dieciséis en un principio, pero llegaron a ser más de ciento catorce los misioneros; trabajaron tanto y tan bien, que para el año 1600 ya se calculaban en 250.000 los bautizados, pues sólo el Padre Francisco de Montilla llegó a bautizar cincuenta mil.

Los Dominicos no se iban a quedar cortos, y venían los primeros con el que iba a ser el primer obispo de Manila, Fray Domingo de Salazar. En 1586 llegaban de España otros treinta y dos Padres que, con los que les iban añadiendo en expediciones sucesivas, formaron la insigne Provincia del Rosario. Pasarán muy pocos años, y en 1611 arremeterán audazmente con la fundación en Manila de la Universidad de Santo Tomás, que se hará tan célebre hasta el día de hoy.

Los Jesuitas, como no podía ser menos, se hicieron pronto presentes, de los cuales fue el más célebre el Padre Chirino, que para el 1600 ya había erigido unas cuarenta iglesias, organizado cincuenta reducciones y bautizado a innumerables indígenas.

Los Agustinos Recoletos venían también en 1606 y serían muy beneméritos misioneros hasta nuestros días.

No había pasado un siglo desde que Legazpi en 1565 había descubierto el archipiélago, y Filipinas, al acabar nuestra Edad Nueva en 1648, contaba ya con unos dos millones de cristianos. Vale más no entretenernos en citar misioneros insignes en este campo privilegiado. De él decimos ─y es casi una obligación─, que, como de una magnífica plataforma, salieron de Filipinas muchos misioneros para China y Japón, entre los cuales se iban a contar tantos mártires que hoy veneramos como santos.

 

Como podemos ver, nos hemos limitado a dar unas nociones escuetas nada más de las Misiones en el Oriente. Más de una vez van a salir en la Edad Moderna. La América española y la portuguesa, como hemos visto en las tres lecciones anteriores, son ya una realidad católica, y no sólo una esperanza, igual que las Filipinas, mientras que la India, Japón, China, Indonesia y demás países asiáticos, con sus muchos millones de habitantes, son para la Iglesia sólo una promesa. Pero Dios les tiene señalada su hora. Tanto esfuerzo de misioneros y tanta sangre de mártires no quedarán estériles para siempre.

 

Lo más importante que aprendemos con estas lecciones sobre la cristianización de América y la incipiente evangelización de Asia, es que Dios se quería desquitar de lo mucho que le arrebataron en Europa los movimientos protestantes. La Iglesia, contando con muchos voluntarios, se lanzó a la conquista de gentes antes desconocidas. El espíritu misionero nacido en la Edad Nueva, con características tan diferentes del de la Edad Media, ya no morirá en la Iglesia, al revés, cada día irá creciendo más.