11 de febrero | RECONOCIMIENTO ECLESIAL

11 de febrero | RECONOCIMIENTO ECLESIAL

MEDITACIÓN DEL DÍA:
“He venido a ésta con el Sr. Xifré, Superior General de la Congregación, y los dos estamos trabajando para obtener la última aprobación de la Congregación y sus Reglas. También trabajamos para obtener la aprobación de las Reglas de las Terciarias del Carmen”

Carta a D. Paladio Currius, 15 de noviembre de 1865, en EC II, p. 952

 
 

Aprobación de las Constituciones CMF

Hacía ya 16 años que el P. Claret había fundado su Congregación de Misioneros. Para una mayor estabilidad de las personas y también mayor eficacia apostólica, se fue viendo conveniente que los Misioneros fuesen también Religiosos, es decir, tuviesen votos públicos y reconocimiento oficial por la autoridad de la Iglesia. Los trámites para obtenerlo fueron, como de costumbre, algo lentos. Por el momento se alcanzó sólo la aprobación por diez años; pero, antes que éstos se cumpliese, ya en 1870, y precisamente un 11 de febrero, Roma otorgó a los Misioneros esa “última aprobación” por la que Claret trabajaba. Él fallecería en octubre del mismo año, con la satisfacción de una meta alcanzada.
A veces se hace contrapone a la ligera lo espiritual y pastoral a lo jurídico, o entre carisma e institución. No debiera ser así; lo segundo debiera ser el sello visible de lo primero. La sociología sabe que los movimientos –incluido el de Jesús-, pasado un cierto tiempo, o se institucionalizan o se diluyen. Por lo demás, toda agrupación espiritual o apostólica que pretenda ser un carisma al servicio del Cuerpo de Cristo (cf. 1Cor 12) esperará que éste, la Iglesia, así lo reconozca. Es una buena teología la que “practican” los fundadores cuando solicitan la aprobación eclesial de su obra; tal aprobación da, a ellos y a sus hermanos, garantía de estar en la dirección correcta. Lo deseable es que en el proceso hacia ella predomine el ejercicio de empatía y de acogida fraterna sobre los “trámites burocráticos”.
La eclesialidad hace que un Instituto no viva encerrado en sí mismo, como una secta, sino abierto a la gran riqueza eclesial. Claret trabajaba simultáneamente por la aprobación de sus Misioneros y de sus queridas Carmelitas de la Caridad (“Terciarias del Carmen”). Él dio vida también a otras asociaciones apostólicas, siempre consciente de que en el Cuerpo de Cristo tiene que haber diversos miembros (cf. 1Cor 12)